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Soy de la generación del entusiasmo. Entrevista a René de la Nuez, premio nacional de las Artes Plásticas 2007.

Han pasado algunas semanas desde que se anunció que a René de la Nuez le fue conferido el Premio Nacional de Artes Plásticas 2007, reconocimiento que por primera vez recae sobre los hombros de un caricaturista. ¡Qué bien!

En los meses venideros, de la Nuez tendrá que prepararse duro para la exposición que exhibirá durante el 2008 en Bellas Artes, la Meca del arte cubano, y es que, según comenta, “ya no estamos en edad como andar desnudándonos” y eso, justamente, es lo que sucede: ante cada muestra el artista exhibe hasta sus lunares…

Pero todo parece indicar que de la Nuez –nacido el 8 de septiembre, día de La Virgen de la Caridad, de 1937, en San Antonio de los Baños, después Villa del Humor– hará un adelanto y antes de llegar a Bellas Artes “probará fuerzas” con una exposición en la Sala Majadahonda del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau que, según comentó, titulará Los almendrones de Nuez.

Con estos antecedentes fui al encuentro con este hombre de la cultura cubana que es un conversador con encanto. De la Nuez tiene, también, el don de la palabra. Esta es, entonces, la conversación íntegra, casi.

“Comencé haciendo mis propias historietas para divertirme; recuerdo que con una caja de cartón construí un “cinecito” y dibujaba comics. Al llegar a la segunda enseñanza, empecé a dibujar las portadas de la revista de la Asociación Estudiantil Ariguanabense, dirigida por jóvenes que pertenecían al Movimiento 26 de Julio.

“Luego pasé a Páginas del Círculo, otra revista que pertenecía al gremio de los artesanos y, nunca lo olvidaré, en 1956, uno de mis profesores de primaria me llevó de la mano a Zigzag, donde me hicieron una prueba que consistía en realizar un dibujo sobre un tema de actualidad.

En esos días se había nacionalizado el Canal de Suez y el Primer Ministro Británico se llamaba Anthony Eden. Lo pinté frente a un televisor y la pantalla estaba llena de rayitas y decía: ¡perdí el Canal! Ahí mismo la persona que me hizo el examen me dijo: mira muchacho (cuando aquello tenía 19 años), te quedas trabajando con nosotros, ve a la caja que vas a ganar cinco pesos a la semana. Lo más importante era que Zigzag me daba la posibilidad de trabajar junto a los mejores caricaturistas de aquella época.

¿En su familia hubo alguien que se dedicara a las artes plásticas?

Mi padre dibujaba y tengo un hermano que también es pintor, pero es más joven y se graduó en la Escuela Nacional de Arte (ENA).

Después de esta entrada a Zigzag, ¿tuvo formación académica?

No, soy un caricaturista de oído. He oído mucho y he practicado mucho. Lo que tuve más parecido a un maestro fue a Rubén Suárez, pintor a quien en broma le decimos el último de los románticos. Fue un pintor impresionista de los que salían con el caballete y lo ponían en el parque. Me ayudó mucho, sobre todo a buscar y encontrar un concepto. No se puede dibujar o pintar si no se tiene un concepto claro de qué se busca. Eso es un lenguaje y el dibujo es un lenguaje.

(…)

Cuando cogí confianza en mí mismo, me di cuenta de que necesitaba un personaje para poder expresar lo que sentía, con lo que no estaba satisfecho. Liborio era un personaje que representaba al pueblo y estoy hablando de principios del 1957, cuando Fidel estaba en la Sierra Maestra y ya existía un entorno.

En ese momento estudiaba el bachillerato en el Instituto No.1 de La Habana y existía una atmósfera, un ambiente de lucha dentro de la población cubana. Ya se escuchaba Radio Rebelde y entonces ideé un personaje que pudiera burlar la censura. Había un tipo de censura que era cierta y no del tipo administrativa: era un hombre que iba allí y te quitaba el dibujo. La censura era un hombre de carne y hueso que te anulaba el trabajo.

Algo bien concreto, tangible.

Peligrosamente tangible. Me dije: tengo que ver cómo hago esto porque Liborio no me servía; como personaje, estaba diseñado para aguantar y no tenía respuestas. Estaba El Bobo, que tampoco funcionaba.

Se me ocurrió El Loco y es que en la calle decían “hay que estar loco para hacer una revolución contra el ejército”, “hay que estar loco para meterse con Batista…”

¿Cómo diseñó, cómo nació ese personaje?

El Bobo era a base de círculos, aunque te digo que cuando empecé a estudiar para hacer El Loco es que vi por primera vez El Bobo. Sabía de El Bobo porque Abela es de mi pueblo y en mi casa se hablaba mucho de “El Bobo de Abela” porque vivía en una casa de tabaqueros. Abela fue tabaquero y había todo un mito con su historia.

Me dije: tengo que hacerlo distinto y probé a base de triángulos, como de flechas. Si te fijas bien te das cuenta que El Loco está hecho con triángulos y es totalmente distinto a El Bobo, que es más redondito.

¿Cuánto tiempo se demoró en crear el personaje, en trabajar con esos triángulos, en darle esas características?

El personaje fue haciéndose sobre la marcha. Demoré unas dos semanas en cuajar la idea y cuando ya la tuve se la llevé al director, le gustó mucho y vio, también, la posibilidad de que el periódico aumentara en circulación.

(…)

El Loco me enseñó a dibujar en un espacio muy reducido porque era apenas una viñetica, era muy chiquitico y tenía que resolver un dibujo que, además, transmitiera una idea. Empecé a utilizar claves que enseguida la gente empezó a comprender. También había un ansia de la gente de ver las claves y aproveché eso.

El de la sierra aludiendo a la Sierra Maestra burló la censura…

Pasaron cosas simpáticas. Por ejemplo, una vez llegó al vestíbulo del periódico una comisión de Masones buscándome. La cosa fue así:

– ¿Usted es el caricaturista que hace a El Loco?

– Sí, yo soy el caricaturista.

– Y, ¿usted es masón?

– No, no soy masón.

– Bueno, qué lástima, pero, de todas formas, ¿usted necesita ayuda?

– Es que no sé a qué se refiere.

– Es que usted publicó un Loquito haciendo la señal de peligro de los masones y hemos venido a ver si usted necesita ayuda.

¡Fíjate qué solidaridad había! Claro que cuando les dije que no era masón nunca me explicaron cuál era la seña y me he quedado toda la vida sin saber.

¿El Loco recibía mucha correspondencia? ¿Qué le decían esas cartas?

Casi toda la correspondencia era de frentes estudiantiles, de frentes obreros denunciando cosas que pasaban y querían que yo las llevara al Loquito; mucha gente me mandaba ideas.

¿Y usó alguna de ellas?

Como no, todas las que pude usar las usé. También hubo cosas tragicómicas. Yo pintaba al chivato con una gorrita y todo el mundo identificaba al chivato por esa gorrita y vino a verme una delegación de fabricantes de gorra a pedirme, por favor, que no pintara más así porque se les caía el negocio. Entonces, le puse a las gorras unas orejitas en forma de radar. Eso fue finales del 58.

¿Cuál fue el momento de mayor esplendor de El Loquito?

Creo que fue a finales de 1958. Había unos días que eran “sin censura”. La censura duraba 45 días, el espacio del periódico censurado, pero había un consejo consultivo que era un mito de la mentira, de democracia, que se reunía y acordaba otros 45 días. Pero, entre lo que se reunía y pasaba al otro, habían tres o cuatro días que caían en el terreno de nadie y ahí es donde uno se aprovechaba y caía sin censura. Ahí es donde se colaba lo de la Sierra, lo de los barbudos y todo eso.

Años después me dijo un historiador –siempre he estado muy ligado a los historiadores– que esos tres o cuatro días hacían falta para resolver todos los negocios sucios que había en ese momento y ponerse acuerdo. Hacían un rejuego, pero ahí se salvaba uno y entonces ves “Bohemia sin censura” y “Zigzag sin censura”.

¿Y en ese período de la censura le ocurrió algo desagradable?

No, desagradable no me pasó a pesar de la amenaza del censor, porque había que llevarlo con mucho cuidado. En aquel entonces la manera de imprimir era diferente a la de hoy y el censor iba con una trincha y quitaba pedazos. A veces llegaba tarde y ya estaban impresos, es decir, no estaba impreso el periódico, pero sí la plancha ya estaba hecha en la caja. Todo era con plomo y llegaba con una trincha y a mí me encantaba que le quitara pedazos a El Loquito porque era una denuncia mayor. Hay muchos Loquitos mutilados.

(…)

De Zigzag fui para el periódico Revolución. Pasó lo siguiente: cuando cambió la cosa ya no les interesaba tanto hablar de la revolución y entonces el primero de mayo del 1959 pinté un Loquito con un fusil al hombro y me lo quisieron quitar y dije: me voy con Loco y todo del periódico. Me fui para Revolución. Ya yo había hablado con Chago, un caricaturista que estuvo en la Sierra Maestra, un excelente artista de la plástica y comenzamos a dibujar.

(…)

El Loco fue, si se quiere, hijo de una circunstancia.

Claro. Esa era su forma de clave de humor y entonces apareció una contrafigura: Don Cizaño que representaba a la prensa reaccionaria, pero después se nacionalizó la prensa. A mí me mataron a un personaje y me quemaron a otro.

¿A quién quemaron?

A Don Cizaño lo quemaron porque hicieron la ley contra la vagancia y lo enterraron con toda la prensa reaccionaria. En la Universidad hicieron un acto y en un féretro iba Don Cizaño y lo enterraron. Yo no puedo sacarlo después que lo mataron. Después hice a Mogollón, que era un personaje contra la vagancia y cuando se hizo la Ley contra la vagancia, me quemaron a Mogollón también. Por suerte, ya había hecho El Barbudo.

Entonces sería por este orden El Loquito, Don Cizaño, Mogollón y después El Barbudo.

El Barbudo comenzó a medio crecer de El Loquito. Comenzó a hacerse personaje con la limpia del Escambray, con las primeras acciones que hizo contra Cuba los Estados Unidos. El Barbudo fue naciendo como un defensor de Cuba, como un rebelde con barba muy parecido a Fidel, y como había, también, un mito que decía que no se podía hacer caricaturas de Fidel –cosa que no es verdad, se han hecho y El Loquito hizo caricaturas de Fidel–, pero hice un personaje que el pueblo pudiera identificar con Fidel. También eso ha sido El Barbudo.

(…)

¿Cuáles son las herramientas que debe tener a su alcance un caricaturista?

Hay muchos tipos de humor gráfico, pero todos dependen del dibujo. Nosotros necesitamos un buen dibujo porque esa es la herramienta fundamental para transmitir lo que queremos: si no hay un dibujo claro no hay una buena transmisión de las ideas. Lo ideal sería el dibujo mudo que es a lo máximo a que se puede aspirar por el nivel de síntesis; ahí estás usando tu lenguaje puro, que es el dibujo, es decir, no te auxilias de nada.

En Cuba hay tradición de excelentes humoristas gráficos. Te puedo hablar de Conrado Massaguer, de Rafael Blanco, un olvidado y un genio del humor gráfico, de Juan David, un excelente caricaturista personal que era un dibujante de la vanguardia; el gallego Posada, un artista extraordinario; Chago, que descubrió un mundo enorme de gran contenido.

Usted está hablando de artistas que tienen un camino consolidado en la historia de la gráfica cubana. Decía que el dibujo es la base donde se asienta la idea. ¿Cómo ve la calidad del dibujo contemporáneo cubano?

En Cuba hay excelentes dibujantes. En el dibujo de humor tienes caricaturistas como Tomy y Ares, los muchachos de Dedeté que no por gusto han ganado premios internacionales. He estado con ellos en el extranjero y no solo son admitidos sino reconocidos. La calidad del humor gráfico cubano es valorada y en América Latina somos una plaza fuerte. En México y en Argentina hay muy buen dibujo humorístico, pero Cuba tiene una bien ganada plaza en la calidad del dibujo humorístico en el mundo entero.

(…)

¿Usted se atrevería a asegurar que en Cuba hay una escuela?

Sí, cómo no (…) Hay una escuela de humor gráfico que se ha ido consolidando. Durante un tiempo estuvimos un poco aislados, pero después de El Pitirre eso se va convirtiendo en un movimiento. El Pitirre viene siendo en la caricatura lo que la Revista Orígenes fue a la literatura. Era una revista exclusiva donde había que tener una calidad y donde se cuidaba esa calidad y se velaba por ella. De ahí surgimos casi todos los caricaturistas que después hemos tenido una incidencia en la vida nacional e internacional del humor cubano.

En su intensa carrera como caricaturista, ¿cuáles han sido las mayores satisfacciones?

He tenido muchas. Por ejemplo, en 1964, en la Plaza de la Revolución, frente a la fachada de la Biblioteca Nacional José Martí se puso una enorme caricatura mía de un Barbudo con una alzadora de caña que estaba cogiendo a un burócrata y lo estaba levantando en peso del buró. Eso demuestra qué importancia tenía la caricatura. Ahí había otras obras de Raúl Martínez, de René Portocarrero y, también, una caricatura.

(…) También una de mis caricaturas fue al cosmos. La llevó Arnaldo Tamayo en su vuelo espacial junto con arena de Playa Girón, el escudo nacional, la bandera cubana. Esa caricatura está en el Museo del Humor de San Antonio de los Baños, firmada por él y por Romanenko, el otro cosmonauta.

¿Y las insatisfacciones?

A veces una incomprensión por alguna caricatura que sé que está correcta y he tenido que luchar por años y después se ha reconocido; son cosas que pasan. Pero no son insatisfacciones, son problemas del oficio y hay que estar conciente de eso. Lo que uno nunca se puede amargar por tener un pequeño tropiezo con algún burócrata.

Hay una anécdota de Nicolás Guillén muy buena. Cuando Nicolás fue a la toma de posesión del presidente chileno Salvador Allende y este lo abraza le pregunta: “¿Es verdad que la Revolución cerró la Bodeguita del Medio?”, y enseguida le responde el poeta cubano: “La Revolución no es un revolucionario”. Eso te demuestra que un revolucionario puede hacer cosas, pero no es la Revolución.

En la caricatura son muchas las interpretaciones y sí, alguna vez he tenido incomprensiones con una caricatura. Por ejemplo, unos Quijotes que hice una vez bajando del Granma y tuve que mandárselos a Fidel.

¿Del Yate Granma?

Sí. El desembarco clásico del Yate Granma, pero era con Quijotes bajando a caballo en vez de ser guerrilleros con el fusil. Me los quitaron de un Salón de Humoristas alegando que era una falta de respeto. Se lo mandé a Fidel y me los pidió de regalo y muchos años después se imprimieron para darlos como obsequio a unos ilustres visitantes.

Entonces usted cree, definitivamente, que la caricatura es una herramienta para comprometerse con su tiempo.

Sí. Es enorme la facilidad que tiene para llegar y en Cuba la caricatura gusta mucho. Eso que tú me decías de que si en Cuba había una escuela, creo que lo que hay es una escuela cubana de personas a quienes les gusta la caricatura, porque al pueblo cubano disfruta la caricatura. No te pudiera decir exactamente si en Cuba todavía hay un sentido del humor… le gusta el humorismo, pero no le gusta verse reflejado en la caricatura. Un poco el choteo ha sido la marca que ha tenido el humor cubano.

¿Y el choteo a usted le gusta?

No. Los humoristas somos muy serios. Voy al cine a ver una película de humor y no me río porque ya sé por dónde viene el chiste y eso son broncas con mi mujer. Ella se muere de risa y llora y me dice: ¿y tú no te ríes? Pero, cómo voy a reírme si ya sé cómo van planeando, es un problema técnico.

(…)

La caricatura no cambia el mundo, como la poesía no lo va a cambiar tampoco, pero sí creo que es un instrumento válido para poner acentos…

No cambia al mundo, pero cambia a las personas.

(…) Creo que la cultura es esencial para cambiar a las personas y, por ende, cambiar al mundo. Una persona que sepa apreciar un libro, que disfrute la pintura, la música, es una persona que nunca va a aburrirse y siempre va a estar no alegre, porque el arte no es solo para alegrarte, es para entristecerte también, pero va a tener su vida ocupada.

Debe ser muy triste no entender nada de eso. Es por eso que algunos se refugian en el alcohol o en las drogas, porque no ven lo que tienen delante y ¡es tan fácil leer! Soy un apasionado de la lectura y cuando agarro un libro y me atrapa no duermo, me lo leo completo.

(…)

¿Cuál es la manía más grande que tiene a la hora de hacer una caricatura?

Soy muy entretenido cuando estoy pensando los dibujos. Los dibujo con el dedo. Yo voy pensando y voy con el dedo haciendo los dibujos.

Es decir, usted piensa primero la obra y después la hace.

Sí, la pienso primero. Te voy a decir cómo es mi mecanismo: actualmente hago cinco dibujos diarios para el periódico mexicano Por esto y me pasan cosas tremendas. Desde hace cuarenta años colaboro con Por esto gracias a mi amigo Mario Menéndez, con quien siempre he trabajado, pero hace un tiempo iba para México y agarran a Posada Carriles cruzando por Yucatán. Eso me dio el pie y ya he hecho hasta exposiciones con el caso de Posada Carriles.

Diariamente leo tres o cuatro periódicos mexicanos y me informo y busco el tema y hago cuatro caricaturas que sean de carácter nacional y una internacional. Ya hice las de hoy.

(…)

¿Tiene algún horario para trabajar?

Trabajo en las mañanas, me gustan las mañanas. Puedo trabajar a otra hora, pero las mañanas es una cosa que me encanta aún sin amanecer, cuando está el cielo poniéndose rojizo, amaneciendo, esa es la hora que me gusta.

Y, por supuesto, trabaja en la computadora…

Me informo, primero, en la computadora, pero no dibujo con la computadora. Yo escaneo y dibujo con palitos de chino, ese placer no me lo voy a perder.

¡Daba por sentado que dibujaba a partir de un programa de computación!

No, no. Dibujo con bambú y mastico los pinceles por el cabo y con el cabo dibujo para que den una línea uniforme, para que siempre parezca hecho por un niño. Lo más que aprecio en el dibujo es que mis dibujos parezcan hechos, casi, por un niño.

Es decir, físicamente usted dibuja con su mano, escanea el resultado y solo entonces lo envía.

Sí, lo escaneo y quizás aplique algo de color en la computadora, pero, generalmente, lo hago a mano todo. Soy de otra generación: soy de la generación del entusiasmo. Hay muchos jóvenes que dibujan directo a la computadora. ¡Me maravillo! Quino, el argentino autor de Mafalda me ha comentado que dibuja todo a lápiz y no se va de arriba del lápiz. Yo no, yo no dibujo a lápiz: dibujo como quiera y no pongo casi nada a lápiz; si acaso, unas pocas marcas para componer.

En el dibujo la composición es fundamental, pero sobre la marcha, voy poniendo otra mancha o le pego cualquier cosa. No niego la tecnología, no voy a estar en contra de lo nuevo, pero mi técnica era aquella y disfruto embarrarme y hacer las cosas con la mano.

(…)

¿Colecciona o guarda algunas caricaturas? Con una producción tan grande, no me atrevo a preguntarle cuántas caricaturas o cuántos dibujos usted ha hecho en su vida; porque me imagino que sean…

Son ochenta mil aproximadamente. La cuenta que sacamos el otro día. Cuando sacamos la primera cuenta eran cuarenta y cinco mil y se publicó en Granma en los años ochenta. Después he seguido contando; hacía un programa en La Revista de la Mañana, en la televisión nacional, que salía muy temprano y era en vivo y tenía que hacer diez dibujos para cada programa.

Ahora, la pregunta de plantilla: ¿cómo recibió la noticia de que había sido elegido Premio Nacional de Artes Plásticas?

He sido propuesto en otras oportunidades, en otros momentos, pero a los caricaturistas siempre nos proponen y hasta ahora ninguno de nosotros lo había recibido. El día 14 me llamó una muchacha del Consejo de las Artes Plásticas y me comentó que ese día se reunía el jurado. “¿Y usted, qué va a hacer?”, me preguntó, y le respondí: “Poner una velita, es lo único que se me ocurre”.

En casa había una visita y nos pusimos a conversar y, sinceramente, se me olvidó el asunto, pero como a las cinco llama la muchacha otra vez y me dice: “Óigame, sus velitas son buenas, acaba de obtener usted el Premio”.

Entonces me llamó otro del jurado, Liborio (Noval), el fotógrafo, y me felicitó y a la media hora estaba la televisión en la casa, un gentío tremendo, trajeron un ramo de girasoles enorme, una botella de vino. Eso fue lo que pasó y estoy todavía medio aturdido. ¿Me repondré?

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