Por Yuliet Teresa Villares Parejo
El golpe de Estado en Bolivia del 10 de noviembre de 2019 no es ni de casualidad sorprendente. Basta sólo con hacer un repaso de la geopolítica de Latinoamérica y las coordenadas nos llevarían a esta conclusión: la derecha imperialista quiere hostigar a la izquierda.
Y no hablo siquiera de socialismo (serían otros puntos a debatir), sino de la presión que han ejercido, en las dos últimas décadas para fatigar a movimientos sociales y líderes de causas justas. Lula sería un ejemplo, Berta Cáceres sería otro. Pero el punto no está en ello. Lo más escandaloso ha sido la manipulación simbólica en este ataque, que no ha sido ni pacifista ni democrática.
Que Luis Fernando Camacho haya sido quien se abanderó en nombre de Dios (no sé cuál) es solo el resultado del proceso anarquista-fundamentalista de las iglesias neopentecostales que hace rato viene dando de qué hablar en la región. Pudo ser Camacho u otro, no importa quién. Se trata de los mismos procesos de desestabilización que han sido permanentes y, sobre todo, bien pensados y con mucho dinero como orquesta. La utilización de ideologías y consignas en sus narrativas no nos puede ser ajena. Pensemos, por ejemplo, en Venezuela en 2002; aunque debemos reconocer que mientras ellos (la derecha) iba “al machete”, nosotres aún nos poníamos de acuerdo.
Recordemos a Gramsci cuando nos coloca la alerta de que América Latina constituye un escenario de “guerra de posicionamientos” y, por supuesto, las disputas políticas y electorales por el control de los gobiernos de la región.
Sería muy adelantado vaticinar aciertos (que son muchos) y desaciertos del mandato de Evo Morales, pero sí queda claro, como ya decía Atilio A. Borón, que cuando un gobierno de izquierda llega al poder le es imprescindible cambiar sus estructuras: porque la democracia tiene que tener apellidos, y es necesariamente izquierdista.
Por otra parte, como ya muchos habíamos alertado, las reacciones de sectores poblacionales en confraternidad con los golpistas no es novela rosa. Analicemos el panorama desde donde podemos, claro. Más allá de utilizar armas (que lo hizo), utilizó la Biblia como símbolo legitimador. Tal vez, en cada culto (palabra horrorosa para celebrar la vida) venían haciendo un trabajo de base aquellos pastores (militantes derechistas) para desacreditar procesos liberadores.
Segura estoy de que la teología de la liberación no aparecía en esos púlpitos cargados de otras teologías como la de la “prosperidad”. Y de prosperidad seguro se llenarán los bolsillos de quienes impulsaban, a toda vela, el golpe. Por lo que queda claro que la Iglesia ha sido cómplice por sus gritos y por sus silencios.
El discurso “cristiano” está jugando un papel importante en las bases, y no precisamente como el de Ranulfo Peloso: despertando conciencias colectivas hacia un modelo que no los deje ni pobres ni desamparados.
El avispero que los medios de difusión masiva y, junto a ellos, periodistas que no les importa la patria, sino que en el primer chance la venden, también es otro jugador en acción. Y no hablo de periodistas no creyentes (ese es otro tema); hablo de quienes sabiendo trasfondos y siendo líderes de opinión en comunidades de fe, se juntaron para un “friendly TV” o en el peor de los casos para hacer guerra fría en las redes sociales. No es siquiera desinformación que en última instancia es manipulación, es abiertamente “guerra santa” con otras maneras de incidir.
Algunos dicen que este golpe de Estado en Bolivia ha sido un golpe cristiano-militar, y aunque el discurso ha sido en función de un mesías (Camacho), sería risible pensar que solo esta es la causa, según nos anota Juan Pablo Marca. Es una lucha constante de sentidos, eso queda claro, y en este caso “el mago Camacho” tenía un as debajo de la manga que muchos no imaginaron.
Queda pues, la voz profética de quienes entendemos un proceso de paz urgente y sobre todo quienes profesamos a un Cristo de los indígenas, de los pobres, de las mujeres, de los negros, de los homosexuales, de los jóvenes, de quienes no tienen otra opción que luchar por sus derechos, por sus pueblos.
¡Qué nuestra voz no se apague ante la injusticia!
¡Qué nuestras manos no se cansen de luchar por el derecho a la soberanía!
¡Qué nuestros pies caminen el internacionalismo necesario y popular!
¡Qué nuestros corazones latan más fuerte por nuestros pueblos!
¡Seremos libres o mártires!
“Y que la paz que sobrepasa todo entendimiento” nos de las suficientes fuerzas para luchar.