Estimados hermanos y hermanas en Cristo:
Les saludamos al tiempo que oramos juntos por nuestros seres queridos y por toda la humanidad creada por Dios en estos tiempos difíciles de la pandemia del COVID-19.
¡Dios de vida condúcenos a la justicia y la paz! Este es el Dios en el que juntos creemos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es nuestro creador, nuestro salvador y nuestro dador de vida. Orar al Dios de vida significa que nosotros, como iglesias unidas, defendemos con firmeza la vida junto con nuestro Señor y Pastor Jesucristo, que hizo todo lo posible por proteger la vida y que dio su vida por nosotros.
Por consiguiente, ahora debemos dar prioridad absoluta a hacer todo lo que esté en nuestras manos para proteger la vida. Orar y trabajar por la justicia y la paz también abarca la salud. Esto se ha vuelto muy concreto estos días. Podemos, y debemos, romper la vía de transmisión del virus. En la actualidad, ello significa observar estrictamente las medidas, las restricciones y los consejos de las autoridades sanitarias, basadas en todos los conocimientos científicos fiables disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud.
Algunos de ustedes ya se han visto profundamente afectados. Muchos países sufren esta infección que ahora es mundial y viven con fuertes restricciones y drásticas medidas para reducir la transmisión del virus, mientras que otros países es probable que se enfrenten a desafíos similares en los próximos días o semanas.
Muchos de nosotros vamos a estar infectados por el virus y para los más vulnerables puede ser mortal. Las pruebas demuestran hasta ahora que los ancianos y las personas con ciertas enfermedades crónicas figuran entre los más necesitados y vulnerables. Por su bien, aquellos de nosotros con menor riesgo a nivel personal –los jóvenes, los sanos– debemos, aun así, adoptar medidas estrictas y rigurosas, y aceptar los inconvenientes que ello entraña a fin de prevenir una mayor propagación de este virus y sus peores consecuencias.
La pérdida de preciosas vidas en nuestras comunidades y familias puede ser mayor de lo que hoy estamos dispuestos a considerar o somos capaces de soportar. Oramos por todas las personas que han perdido o perderán a seres queridos a causa de esta enfermedad. Oramos por su consuelo y alivio. Oramos por que su pérdida refuerce nuestro compromiso colectivo para prevenir mayores sufrimientos y pérdidas.
Esta infección es especialmente grave ya que supone una amenaza para nuestros sistemas sanitarios públicos y, por consiguiente, para todos aquellos que los necesitan, sea cual sea su enfermedad. Incluso los sistemas sanitarios más avanzados del mundo carecen de la capacidad para hacer frente al número previsto de casos graves a menos que se adopten medidas drásticas para frenar la propagación del virus. La presión será aún mayor para los sistemas de salud que están menos desarrollados y en los contextos donde las autoridades y la comunidad no tomen las medidas adecuadas. A ello cabe añadir que las repercusiones económicas relacionadas con la pandemia y las medidas adoptadas para contrarrestarla ponen en peligro los medios de subsistencia en muchas partes del mundo.
Ante este desafío, el miedo e incluso el pánico constituyen una reacción común, y el interés propio a menudo deja de lado la solidaridad. Oramos por que nuestro Dios de vida y amor calme nuestros temores y apacigüe toda oleada de pánico para que podamos concentrarnos en lo que podemos hacer los unos por los otros.
En tiempos como estos, las comunidades religiosas pueden hacer mucho para promover la solidaridad y la responsabilidad, la sensatez y el cuidado. Como iglesias podemos y deberíamos hacer oír la voz de las comunidades en situación de vulnerabilidad a causa de su marginación, que no tienen suficiente agua para beber y mucho menos para lavarse las manos. Hemos de tener en cuenta a las comunidades desplazadas debido a la guerra, la hambruna o el colapso económico y ecológico, que viven en condiciones precarias y muchas de las cuales ni siquiera han sido reconocidas por las autoridades de los países donde se encuentran. No podemos dejarlas completamente indefensas frente a la pandemia. Debemos solidarizarnos con aquellos para los que el autoaislamiento significa perder los medios de subsistencia e incluso el riesgo de inanición, y con aquellos que por la precariedad de su vida cotidiana tienen muy pocas posibilidades de mantener un distanciamiento social.
Por todo ello, contener la epidemia es esencial, y esto no es posible a menos que las personas y las naciones cuiden unas de otras y se unan en la acción.
También debemos ser especialmente conscientes de que lo que solemos hacer en comunidad es exactamente lo que no debemos hacer ahora si queremos proteger la vida. En el culto y la comunidad cristiana, valoramos el hecho de estar juntos. Pero en este tiempo de crisis, y por amor mutuo y por el prójimo, no debemos reunirnos en grandes números y en todo caso no debemos tocarnos o abrazarnos. Es un momento para tocar el corazón de los demás con lo que decimos, lo que compartimos, lo que hacemos y lo que no hacemos para proteger la vida que Dios tanto ama. A la luz de este amor, debemos adaptar nuestras maneras de celebrar el culto y la comunidad a las necesidades de estos tiempos de pandemia. Les encomendamos seguir los consejos y las recomendaciones prácticas de las autoridades sanitarias gubernamentales e intergubernamentales destinadas a proteger las personas vulnerables en nuestras comunidades y fuera de ellas.
Muchos de ustedes, como iglesias, son propietarios de hospitales, por lo que tienen una especial responsabilidad a la hora de prestar servicios sanitarios a muchas personas, muchas más de las que están equipados para atender. Estamos inmensamente agradecidos a todas las instituciones y trabajadores sanitarios de todo el mundo que están cuidando de los enfermos, poniéndose ellos mismos en riesgo. Todos ellos necesitan nuestras oraciones, nuestro apoyo y nuestra plena cooperación.
En estas circunstancias, el CMI, por su parte, ha adoptado muchas medidas necesarias con respecto a su personal, las iglesias miembros y los asociados ecuménicos, como por ejemplo, trabajar a distancia, como están haciendo muchos de ustedes. También se han aplazado numerosas reuniones, incluidas las del Comité Ejecutivo y del Comité Central.
Seguimos y respaldamos los grandes esfuerzos y el compromiso de muchas personas en las iglesias locales para hacer frente a esta crisis. Es el momento de estar bien organizados y ser creativos –lo cual puede implicar desde cambiar las prácticas litúrgicas a pasar a la tecnología digital o estar en contacto con las personas afectadas o de riesgo por teléfono u otros medios de comunicación a distancia– y de adaptarse a esta nueva realidad.
Nos dirigimos a ustedes para alentarles en el papel tan importante que desempeñan en estos momentos. Dios se preocupa por la dignidad y los derechos de todos los seres humanos, por lo que no se debe dejar a nadie atrás. Todos deben tener vida en abundancia. Arropar a todos en un círculo de cuidado es un imperativo maravilloso. Este es el llamado al movimiento ecuménico único de amor. Nuestra esperanza es poderosa y nos mantiene unidos en el amor y el servicio porque nos es dada por el Dios de vida.
Reconocemos que vivimos en un tiempo de crisis mundial. Estamos juntos en esto y debemos concentrarnos en lo esencial:
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. (1 Co 13:13)
¡Dios de vida condúcenos a la justicia y la paz, y a la salud!
Saludos cordiales en Jesucristo,
Dra. Agnes Abuom
Moderadora del Comité
Central
Rev. Dr.
Olav
Fykse
Tveit Secretario General