“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”: Madre Teresa de Calcuta (1910-1997).
Las sociedades en el mundo están cansadas del modelo de desarrollo depredador del capitalismo globalizador. Sí. Y no es sólo un síntoma de las personas que habitan en las ciudades perdidas de cualquier país en desarrollo, porque lo padecen en carne propia todos los días. No. También es parte de aquellas personas que incluso tienen otro nivel de vida y habitan en las grandes ciudades, pero igualmente están percibiendo en su vida cotidiana los males en que está degenerando el capitalismo global.
Y los efectos de la descomposición están a ojos vistos por todas partes. Porque la polaridad entre riqueza y pobreza ha alcanzado niveles tales que el mismo capital acumulado ya no tiene frente a sí muchas opciones. O mejor dicho, ha entrado en un callejón sin salida. Porque el capital está para crecer sin importar que en su proceso arrastre tras de sí, incluso, al mismo planeta. Y al parecer, el mundo de la riqueza ya entró en un ciclo perverso de autodestrucción. La fuga de petróleo en el Golfo de México se encamina hacia una catástrofe de enormes dimensiones y elevadísimos costos para el planeta. Tiende a ser un desastre mundial, de alcance mucho mayor que una “catástrofe nacional”, como la ha clasificado Estados Unidos.
Es decir, que el uso y el abuso de los recursos naturales han alcanzado ya un grado de límite extremo. Eso en lo que corresponde al capital destructivo y rapaz, el de los procesos industriales. Pero el capital especulativo, el capital financiero que se mueve entre las bolsas del mundo, tampoco encuentra opciones ya. Y la mejor prueba es que en EU la crisis del capital financiero no tiene salidas. Y no las tiene porque las busca afuera, y no adentro del mismo sistema. Quiere el sacrificio de otros, no autoflagelarse.
Es por eso el tiempo pertinente para que las sociedades aceleren sus procesos de compartir experiencias para la autoayuda, para salir del hoyo al que las ha encaminado el capitalismo globalizador sin otro remedio que la depredación natural y el exterminio de la raza humana. La fuerza de la sociedad es incalculable. Y queriendo, u obligada por la necesidad, la sociedad puede mover el mundo. Salir de la crisis como lo hizo la sociedad argentina en los años aciagos de la debacle de 1995.
Pero, en general, la sociedad en muchas partes del mundo cuenta con experiencias alternativas al desarrollo del capital, porque como dicta un refrán de algunas comunidades indígenas de México, zapatistas claro: “otro mundo es posible”. Y llegó el tiempo de echar a andar todas las experiencias (entre todos) como sociedad-mundo. Para eso antes hay que compartirlas primero, y darlas a conocer. Todas las que ya existen, para sopesar en dónde se pueden instrumentar.
Ayer comenzó en el Zócalo de la Ciudad de México el Foro Social Mundial (FSM) ahora “México 2010”. La duración será de tres días. Y es un foro para compartir. El zócalo de la capital del país, se abre ahora como el espacio óptimo en donde las organizaciones sociales, movimientos y colectivos de la sociedad civil estarán aterrizando el viejo sueño del esfuerzo para sumar experiencias que permitan, por qué no, construir una alternativa nacional. Es la suma de los esfuerzos con otros países para construir las alternativas al neoliberalismo de la globalización.
Promover e impulsar la participación colectiva, social y comunitaria, donde la propia comunidad encuentra soluciones a los problemas que le plantea el sistema del capital neoliberal, y la necesidad incesante de compartir esas experiencias, es lo que hace enriquecedor este tipo de eventos. Más tratándose de un foro como el FSM, que ha alcanzado un elevado prestigio desde que surgió en junio de 2000, entre la propia sociedad civil mundial.
Lo anterior, pese al cuestionamiento de los detractores en el sentido que (especialmente el que se realiza cada año de modo alterno al Foro Económico Mundial de Davos que reúne a la crema y nata de los hombres de negocios del mundo, y ocurre en Porto Alegre, Brasil, bajo los auspicios del gobierno de ese país latinoamericano), el foro es pagado por las mismas empresas multinacionales responsables o activos principales de la tan cuestionada globalización.
Pero no importa. El caso es que el FSM va más allá de la catarsis que muchos le ven a estos encuentros. Porque sirven para lavar las conciencias de los depredadores. Y las manifestaciones como tales minimizan las presiones en su contra. No lo creo así. Porque encuentros como el FSM socializa las experiencias y comparte los esfuerzos, incluso de las comunidades. Porque aquí los participantes, actores todos, expresan sus vivencias y muestran la madera de la que está hecha el hombre de carne y hueso que sirve para mucho más que carne de cañón o para ser exprimida en los procesos de producción industrial.
Porque la sociedad tiene necesidad de participar y ser tomada en cuenta. Quiere encontrar las soluciones que el capital depredador no le proporciona. Ni en los países desarrollados, como tampoco en los de desarrollo medio o “en vías de desarrollo”.
Pablo González Casanova, el sociólogo mexicano que en los últimos años de su vida se ha inclinado por la búsqueda de alternativas al neoliberalismo, dijo ayer en el foro central que las opciones existen. Sólo hay que socializarlas y quitarse algunos tabúes (no con esas palabras). “El capital no tiene solución a la crisis”. Al contrario, va por la destrucción de la tierra. El hábitat del ser humano. Por eso planteó que el derrumbe del capitalismo es inminente, “por la pura lógica de la acumulación”.
Por lo mismo planteó alternativas. Entre otras, trabajar unidos bajo principios morales y de respeto a todas las voces, independientemente de raza, color o sexo. Elaborar un proyecto común, de acción conjunta, individual y colectiva. Dignificar la lucha de los excluidos, como son los pobres de la tierra. Y en el ejemplo los zapatistas no sobran. Alternativas al fin en un foro que se organiza para eso: las alternativas posibles en contra del neoliberalismo depredador.
por: Salvador González Briceño