Por Nicolás Panotto*
Hace poco hablábamos con una teóloga amiga sobre la importancia de rescatar la Biblia en su dimensión literaria, como recuento de historias milenarias, como narrativa y memoria, y por ello inspiradora de fe, desde sus innumerables expresiones.
Hacer el ejercicio de sacar al texto bíblico de ese manto sacro que se le ha construido alrededor por tanto tiempo, como una densa coraza que cosifica no su contenido, sino su utilización.
A veces creo que el problema no es sólo el método hermenéutico con el cual nos acercamos a la lectura del texto en sí, sino también el lugar de un conjunto de factores históricos, religiosos y teológicos que han llevado a ubicar a la Biblia como un fetiche mágico, como un objeto del cual emana una especie de sustancia poderosa y en cuya sola posesión nos sitúa en un lugar ontológico de privilegio (generalmente, en la cúspide de algún esquema jerárquico). Esto ya no es sólo un problema de interpretación sino de cosificación simbólica del texto en tanto objeto.
Esta demarcación fetichizada de lo sagrado volcado hacia la Biblia, como tristemente hemos visto últimamente en algunos sucesos públicos, hace que sea utilizada como herramienta de legitimación política y religiosa, como arma de discriminación, como justificación de lugares hegemónicos, antes que entenderlo como un texto que se abre a nosotros/as y nos comparte un conjunto muy diverso de formas de comprender y experimentar la acción de Dios en la historia (con las contradicciones y tensiones que conlleva entenderlo y afirmarlo), que nos convoca al diálogo y al encuentro, que nos inspira a la mística en su composición literaria y poética, que nos interpela desde el testimonio de tantos hermanos y hermanas.
Parafraseando lo que me dijo alguna vez un profesor, la salvación de la Biblia se encuentra en lo más fundamental de su composición, en sus lecturas simples, en las historias cotidianas que emanan de sus parábolas y hazañas, y en las experiencias de tantos/as creyentes que viven una fe sencilla y real, fuera de los espacios de poder que abusan de su condición para imponer interpretaciones clausuradas y únicas.
*El autor es teólogo, antropólogo y profesor argentino