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El impulso de la escuela

Dalia Acosta

“Puede ser que cambien con los años, pero las diferencias las hemos notado desde que nacieron. Siempre fueron diferentes y lo seguirán siendo. Al final, lo importante es que han tenido las mismas oportunidades y cada una podrá escoger su camino”, cuenta a IPS su padre, Raúl Gómez, de 42 años.

Para Alina Suárez, la madre de 37 años, sus hijas son un reflejo de los tiempos que corren. “Cuando yo era niña todas queríamos ir a la universidad y la mayoría íbamos; ahora ya no es así. Estamos viendo que entre la nueva generación hay muchachas que no quieren estudiar más y, a veces, tampoco trabajar”, asegura.

“Sueñan con un hombre exitoso que las mantenga. Pueden ser excepciones, pero existen y no podría afirmar si fue un efecto de la crisis económica que vivimos en Cuba desde la pasada década o de esa cultura machista que nos llega en telenovelas, películas, videos…como por tubería”.

Residente en una zona céntrica de La Habana, la familia formada por dos profesionales, una abuela de 67 años y las niñas de 13 y 11 años, es una más en un país donde la educación es obligatoria hasta noveno grado y el sistema de escuelas públicas llega a las zonas más intrincadas.

En una muestra de independencia y pragmatismo, Adriana de la Nuez, de 19 años, sorprendió a no pocas personas cuando el pasado año anunció que cambiaría su matrícula en un centro de enseñanza superior por una escuela de oficios. “Opté por la restauración. Es lo que me gusta y quién sabe lo que vendrá después”, comenta a IPS.

Ella, a diferencia de Marlén, no quiere depender de nadie. “Eso lo aprendí en mi casa desde muy niña”, afirma.

CONTRADICCIONES DEL DESARROLLO

Con contradicciones propias del desarrollo, la sociedad cubana muestra hoy el impacto de una política que, tras el triunfo de la Revolución en 1959, nacionalizó todas las escuelas, declaró la educación obligatoria para niñas y niños y promovió el acceso de las mujeres a la educación superior.

Aunque ya en esa década, Cuba presentaba índices favorables en el contexto latinoamericano y caribeño, la prioridad otorgada a la educación en los últimos 50 años facilitó que, en la actualidad, más de 99 por ciento de las niñas y los niños ingresen y terminen la educación primaria.

“Las disparidades entre géneros en educación ya han sido eliminadas.. Existe paridad en el nivel de primaria, mientras que las niñas superan a los niños en las matrículas de los niveles secundario y terciario”, indica el Segundo Informe de Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (ODM) en Cuba.

El objetivo tres, de los ocho acordados en 2000 por los entonces 189 países miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), busca eliminar las desigualdades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria, “preferiblemente” antes del ya pasado 2005, y en todos los niveles de la enseñanza antes de finalizar 2015.

Lograr la paridad en la educación es considerado entre los principales indicadores para promover la igualdad entre los sexos y el empoderamiento de la mujer, complementados por otros como el acceso a empleos remunerados en el sector no agrícola y la proporción de escaños ocupados en los parlamentos nacionales.

Informes de la ONU indican que la tasa neta de matriculación en la enseñanza primaria en la región de América Latina y el Caribe pasó de 87 por ciento en 1990 a 95 por ciento en 2007. En el nivel secundario, hay más niñas que niños matriculados y la universidad muestra tendencias de feminización.

“La inversión en la educación de las niñas reporta beneficios bien conocidos. Cuando ellas reciben una educación, es más probable que ganen salarios más altos y consigan mejores empleos”, asegura un mensaje del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, por la celebración este sábado del Día Mundial de Población.

Datos presentados en el acto central realizado el jueves en Cuba por el Día Mundial de Población indican que las mujeres representan en este país 46 por ciento de la fuerza laboral en el sector estatal civil, 39 por ciento de los puestos de dirección y 43,2 por ciento de los escaños parlamentarios.

Según Mayda Álvarez, directora del Centro de Estudios de la Mujer, entre las contradicciones que se observan hoy para lograr la autonomía femenina está “la distancia aún existente entre los ideales igualitarios de muchas personas y sus prácticas desiguales sobre todo en la familia y otros espacios socializadores”.

MIRADA CRITICA

La experiencia cubana muestra que la garantía del acceso a la educación es apenas un buen punto de partida hacia la igualdad de género. “Ese acceso en sí mismo sólo crea una base”, aseguró a IPS Susan McDade, coordinadora residente del Sistema de las Naciones Unidas en Cuba.

Más allá del empoderamiento de las cubanas en materia de educación y empleo, McDade recuerda el impacto que ya tiene sobre ellas el proceso de envejecimiento de la población que las convierte en las cuidadoras de los hijos, a veces de los nietos, y además de las personas ancianas.

Como agentes de cambio, “las madres tendremos que educar a nuestros hijos desde muy pequeños para que entiendan cuál es la contribución que ellos deben hacer a la familia cuando son mayores. La niña, la madre o la mujer no es la única que puede cuidar de la casa y de la familia y ese es un proceso que lleva mucho tiempo”, sostuvo.

Las leyes que garantizan empleo e igual salario por igual trabajo tampoco son garantías automáticas de cambio. Estudios realizados en Cuba demuestran que, a pesar de todas las garantías legales, los hombres siguen ocupando los puestos mejor remunerados, sobre todo, en sectores emergentes de la economía con acceso a divisa.

Asimismo, se ha comprobado que, salvo raras excepciones, la escuela refuerza los enfoques y conductas sexistas legitimando la inequidad de género. Las mujeres actúan de una manera independiente en el ámbito público, reproducen la subordinación en el ámbito privado y tienen considerablemente menos tiempo libre que los hombres.

Aunque la Constitución de Cuba garantiza la igualdad entre mujeres y hombres, la realidad es mucho más rica y, de alguna manera, el acceso no es similar para personas negras y blancas, vecinos de La Habana o de zonas rurales, residentes permanentes en una ciudad o inmigrantes internos.

“Es más difícil continuar estudios en determinados regiones del país alejadas de los centros urbanos, cuando vives en una familia con problemas económicos y tener un salario se vuelve importante o cuando creces en condiciones de marginalidad”, comenta Sonia Valdés, ingeniera de 32 años.

“Somos una familia negra. Antes de la Revolución vivía en un barrio pobre de la periferia de La Habana y seguimos viviendo en el mismo lugar. La marginalidad se reproduce y no siempre es fácil romper con ella”, asegura Valdés, la única de cuatro hermanos que terminó la universidad..

Madre de una hija adolescente, becada en uno de los institutos preuniversitario que el gobierno mantiene en zonas rurales, Valdés no sabe bien qué sería mejor para su hija, si “seguir estudiando lejos de la familia, alejada de este ambiente, o estar aquí, bajo mi influencia y con todas las opciones culturales que la ciudad brinda”.

Para Norma Vasallo, presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, sólo crea una base. “La educación debe dar herramientas para el desarrollo de un pensamiento que le permita a las personas ser críticas con su realidad y consigo mismas”, dijo a IPS.

No sólo se trata de aprender a leer, escribir, sumar, multiplicar y llevarse a casa un grupo de conocimientos de las asignaturas básicas. Incluso, el simple hecho de ir a la universidad tampoco conduce, automáticamente, a cambios de actitudes en la vida cotidiana, aunque puede contribuir a ellos.

“Se necesita un conocimiento crítico de la realidad para poder transformarla, no sólo entre las mujeres sino también entre los hombres. A veces, las mujeres no tienen ni la conciencia de que son discriminadas cuando no son tenidas en cuenta para un ascenso en el centro laboral o para un viaje de trabajo”, añadió.

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