“Soy muy mala recordando fechas, pero desde antes de la Primera Caravana, Lucius Walker y el reverendo Raúl Suárez, luego de un encuentro en Nicaragua, donde hablaron de la posibilidad de trabajar en Cuba, planificaron traer grupos con el interés de que conocieran de cerca la realidad del país.
“Yo trabajaba en el Instituto Nacional de Deportes (INDER) con delegaciones deportivas y era miembro activo de la Iglesia Bautista “Ebenezer”, por lo que Suárez pensó en mí como programadora y guía de estos grupos.
“En 1992 llegó la Primera Caravana. Todavía no teníamos una infraestructura como Centro Memorial para enfrentar el almacenaje y la distribución de la donación. Nos apoyamos en las organizaciones de base, en personas de las iglesias y compañeros que no vacilaron en hacer horas voluntarias, y en esforzarse para que las cosas salieran bien. Sabíamos lo importante que era desde el punto de vista político y material aquel gesto del pueblo norteamericano al pueblo cubano, y se hizo de la mejor manera posible.
“Luego se fueron creando mejores condiciones. Fuimos vinculando más personas con capacidades, y la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, ha ido apoyando en la coordinación de la logística. También hemos contado con una comisión interdenominacional que se ocupa de las entregas de las donaciones”.
El mejor recuerdo
“Sin duda la Caravana del 93 ha sido la que más me ha marcado. Detuvieron el ómnibus escolar amarillo en Laredo. Prohibieron traerlo y Lucius y otras 13 personas decidieron dar la batalla.
“Fueron muchos días de angustia, preocupados por los compañeros y compañeras que estaban dentro de ese ómnibus en una huelga de hambre, denunciando ante el mundo lo que el gobierno de los Estados Unidos hacía contra Cuba. Tuvo un buen impacto internacional, ocupando las primeras planas de los periódicos.
“Luego vino el ayuno en La Habana. Yo no fui ayunante, pero estaba en el equipo de la retaguardia, garantizando las liturgias en la carpa que se armó frente a la Oficina de Intereses, llevando agua y líquidos, trasladando al policlínico a los que se iban sintiendo mal, organizando el acto donde el Comandante en Jefe Fidel Castro, le impuso una medalla a Lucius en la persona de su hija, que había llegado con la mayoría de los integrantes de la Caravana.
“El día que «liberaron» el ómnibus fue un momento de alegría nacional, recuerdo el entusiasmo, los abrazos, las lágrimas en la carpa. Terminar sin que hubiera ninguna pérdida de vidas humanas, fue un resultado perfecto.
Y creyeron en nosotros
“La caravana siempre fue un gesto de buena voluntad de un grupo de norteamericanos. En aquellos años de periodo especial, tener noticias de que había personas, entre ellas norteamericanos, canadienses, mexicanos, que estaban en desacuerdo con la política de Estados Unidos y que se disponían a dar la vida por nosotros, empeñados en donar artículos que palearan en alguna medida necesidades prioritarias de la población, es algo inolvidable para los cubanos.
“En aquellos momentos muchos pensaban que los cristianos eran seres débiles, fácilmente manipulables por el enemigo, por eso fuimos objeto de discriminaciones en Cuba. Inspirábamos desconfianza porque muchos creían que tener fe era cruzarse de brazos, que el enemigo podría agredirnos y el «no matarás» no nos iba a permitir actuar, que «perdonar al enemigo» y «poner la otra mejilla» eran nuestras prácticas.
“Hasta la década del 90 los cristianos conservadores veían a los cristianos revolucionarios como infieles y los revolucionarios no cristianos nos identificaban como personas no confiables, era un doble fuego que tuvimos que vivir.
“No quiero simplificar la historia y por tanto distorsionarla. Esta experiencia tuvo múltiples causas, pero creo firmemente que los Pastores por la Paz influyeron en el reconocimiento que ganamos. Su actitud valiente, su amor hacia el pueblo cubano, su coraje, su compromiso político, puso en crisis el concepto acuñado sobre los cristianos.
“Hoy la Caravana sigue siendo expresión de solidaridad, del compromiso en acción, un hecho que reta los poderes, que cuestiona leyes, que las infringen bajo riesgo, y como dijera una canción recién popularizada a propósito de lo que vive Honduras (a los caravanistas) les llegaron a tener miedo, porque no tenían miedo”.