Me ofreció su casa para que yo atendiera una escuela dominical de barrio. Compartía su mesa de vez en cuando con varios hermanos. Su tierna sonrisa es una de esas imágenes que no se borran jamás de la mente de quienes la disfrutaron. Sus oraciones públicas eran sencillas, sin palabras rebuscadas, pero reflejaban una exquisita espiritualidad. Su invocación a Dios daba la impresión de acercar el Espíritu Santo a la comunidad reunida. Formó una hermosa familia con muchos hijos —algunos fueron buenos amigos—, siempre unida a su esposo, Antonio Herrera. En el ambiente de esa familia negra de mi pueblo, di mis primeros pasos, no solo en la vida cristiana, sino también en la práctica de la vocación pastoral. Gloria fue en mi vida un ejemplo auténtico del significado de la identidad y el compromiso cristianos verdaderos.
Rafael Justiniani y su esposa Iluminada Centéllez eran miembros activos de la iglesia. El primero trabajaba como policía, y todos lo conocían por “Marinero”. El béisbol lo apasionaba porque había jugado con uno de los grandes de la pelota cubana de todos los tiempos: Martín Dihigo. Cuidaba el orden durante los servicios religiosos. Cuando asistí a la iglesia las primeras veces y me portaba mal, me agarraba por una oreja y me sacaba del templo. Adrián me entraba de nuevo y cruzaba algunas palabras con Justiniani. “Marinero” me admiraba y no cesaba de estimularme a estudiar.
Como Gloria Ayón, también abrió su casa a una escuela dominical de barrio y me ofreció el espacio para mi entrenamiento pastoral. Iluminada era muy callada; se dedicaba a la costura y siempre tenía una sonrisa a flor de labios. Fuera de mi familia, nadie me amaba más que estas personas. Gloria Ayón, Adrián, Iluminada y Justiniani, como aquellos discípulos de los que habla el libro Hechos de los Apóstoles, “eran gentes comunes y sin letras, pero habían estado con Jesús”. Sus rostros y sus palabras respiraban la fe sencilla del Evangelio. Los cuatro eran negros; ellos sembraron los sentimientos de hermandad e igualdad del sueño de lo que es hoy el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. Se metieron tanto dentro de mí, que el tiempo transcurrido no los ha podido separar del sentido evangélico de mi vocación pastoral.
(Fragmentos de Cuando pasares por las aguas, libro testimonial del Reverendo Raúl Suárez Ramos, publicado por la Editorial Caminos, La Habana, 2007, 419 p. Incluido en el dossier sobre el centenario de Pogolotti de La Jiribilla)