Por: Alexander Correa
Ilustración: Alejandro de la Torre
La democracia se ha vuelto hoy el nuevo signo de nuestro tiempo. Si una vez la revolución fue condición de la libertad posible, hoy la democracia parece sustituirla, tomar sus frases, reinventar y crear otras. Es la ropa y los zapatos presentables en el political party y el consenso obligatorio bajo amenaza de guerra. ¡Dígase democracia y se dirán todos los nombres!, arenga un asambleísta eufórico agitando un programa que terciariza el 40 % del trabajo formal. ¡La auténtica democracia está en el pueblo!, dice el miembro de cualquier partido nacionalista.
Para bien o mal hoy todos somos demócratas o democráticos; y este hecho, como precisa Badiou, se ha convertido en una nueva forma de autoritarismo. El rasgo de esta nueva violencia es, sin embargo, la ambigüedad. La democracia plantea —quizás siempre lo hizo— más problemas que respuestas. El primero sería el de si podemos ser precisos cuando hablamos de ella. El relativo consenso en torno a la palabra esconde lo desigual de su enunciación. Algo similar, acaso, sucedió con el socialismo tras la revolución cubana del treinta. En aquel momento el socialismo subsumió a la política hasta tal punto que la palabra generó un inaudito consenso entre liberales, republicanos y comunistas. La democracia y el socialismo aparecen entonces en toda bandería política presentando una situación paradojal: se constituyen en la forma de un profundo desacuerdo.
Los griegos de la edad clásica —a diferencia de nuestros contemporáneos— hablaron poco de democracia. La igualdad resultaba un concepto mucho más preciso. La democracia radical, instaurada durante el siglo V a.C., es consecuencia de la igualación resultante del reconocimiento de tres derechos fundamentales: la igualdad en la asamblea (isegoría), igualdad ante la ley (isonomía) y la igualdad de condiciones en el ejercicio de los derechos políticos (isomoiría).
En el itinerario de esta particular isocracía, la instauración de los regímenes oligárquicos, como los democráticos, quedó subordinada al criterio de la mayoría. Siempre sobre el silencio de una minoría —al menos hasta el 416 a.C., cuando se introduce un mecanismo de impugnación a las decisiones de la asamblea— oligarcas y demócratas accedieron al gobierno de la polis. En esta particular aritmética, una parte, de una parte, mayor despojada de todo derecho —mujeres, extranjeros y esclavos—, decidía los destinos de la ciudad.
Para los griegos clásicos la igualdad remitía directamente a un ideal de justicia cuya realización era tarea del Estado. Ahora bien, esta justicia era justa, si era aplicada a sujetos iguales. Aristóteles lo elaboró de esta manera: “…parece que la justicia consiste en igualdad, y así es, pero no para todos, sino para los iguales; y la desigualdad parece ser justa, y lo es en efecto, pero no para todos, sino para los desiguales”.
En este pasaje de La política —¿acaso Aristóteles significa aquel que busca la diferencia? — la existencia de la justicia está precedida por la condición de igualdad. De esta manera la comunidad política se constituye como condición de la democracia misma y he aquí el problema que ronda nuestro tiempo: visto entonces que la democracia es el poder del demos, ¿cómo se constituye este en tanto comunidad política?
Los ensayos reunidos en este dossier indagan en torno a la democracia como categoría dentro de una reflexión más amplia sobre la libertad. Su ámbito de reflexión corresponde, por tanto, al de la filosofía política. No contienen una respuesta acabada a la democracia como problema, mucho menos una mirada uniforme. Antes bien responden, cada uno a su manera, y desde sus respectivos lugares, a las interrogantes que genera el término.
Gerald Allan Cohen, autor bastante menos leído en Cuba que Rawls y Nozick, oponentes de este en la discusión sobre la justicia igualitaria, se presenta firmando un texto producido en el contexto de la liquidación de las ideas socialistas dentro del laborismo inglés durante los años noventa del pasado siglo. Publicado originalmente por New Left Review bajo el título Back to socialist basics, Cohen responde al eclipse de las ideas igualitarias rescatando la base argumental del socialismo como doctrina política: el derecho de los desiguales fundado no en la consagración de una igualdad abstracta sino en la práctica de una política desigual que permita la igualdad plena.
Alain Badiou y Jacques Rancière proponen aproximaciones de diverso valor heurístico al problema de la democracia. El primero, en Qué es la política, indaga la relación posible entre filosofía política y democracia como forma de Estado, intentando delimitar la competencia de la filosofía en tanto reflexión sobre los fines últimos de la política y la especificidad de la democracia en tanto actividad del Estado.
Ranciere, junto al resto del discipulado althuseriano, produjo una breve fascinación en la generación cubana del 68. Su pensamiento actual dista mucho de aquel contenido en Leer El Capital, publicado en Cuba en 1966 con solo dos años de diferencia de la edición francesa. Nos presenta aquí un trabajo de síntesis. 11 tesis sobre la política, texto hermético y de disputa que tiene como precedente directo a La Mésentente (el desacuerdo), obra publicada en 1995.
Cornelius Castoriadis, autor imprescindible del marxismo post 1968, aparece en dossier con un texto ya clásico para la filosofía política: “Democracia como procedimiento y como régimen”. Resultado de su participación en el coloquio internacional “La estrategia democrática” que tuvo lugar en Roma en 1994, el autor de La institución imaginaria de la sociedad nos advierte aquí contra toda intensión universalista en el manejo del término democracia, develando la historicidad de esta y la especificidad de la filosofía en tanto comprensión de la finalidad política.
Cierra este compendio Franz Hinkelammert, un autor, por demás, muy presente en los anaqueles cubanos gracias a la Editorial Caminos. Esta vez con un breve y agudo artículo en el que recupera la noción de totalidad como condición de cualquier reflexión sobre la libertad.
Por último, como complemento del dossier, tres autores cubanos hacen sus aportes al debate implícito en este número. Es justo decir que lo hacen desde perspectivas diversas y por esta razón enriquecen sobremanera el conjunto de indagaciones posibles en torno a la democracia. El primero de ellos, Ariel Dacal, presenta en “Revolución y democracia. Experiencias, acumulados y olvidos” un balance de la experiencia socialista centro europea en los inicios del pasado siglo para desde ahí interrogar el fracaso de la revolución soviética de 1917. Apoyado en Paulo Freire, el artículo finaliza reubicando la crítica a las formas tradicionales de hacer política dentro de una comprensión más precisa de las relaciones de dominación.
Con “Democracia de alta intensidad: un debate actual en América Latina”, Miriela Fernández nos presenta un breve inventario de las ideas del pensador portugués Boaventura de Sousa y de las experiencias que en Latinoamérica han intentado una forma radicalmente nueva de entender la política y sus obligaciones.
Por último, Amós López aborda la cuestión de la democracia dentro de la doctrina cristiana. Apoyado en la lectura teológica de la Biblia, Amós nos aproxima al problema de la igualdad y la democracia dentro de una comunidad política específica. “Gobierno de Dios y gobierno del Pueblo. Un enfoque bíblicoteológico de la democracia” nos ofrece una lectura —desde el compromiso con la fe— de un problema no resuelto totalmente en la doctrina cristiana.
Con este número, la revista Caminos se propone contribuir al debate que sobre la voz democracia se ha venido colocando en la agenda de organizaciones políticas nacionales y foráneas. Es, ante todo, una contribución consciente a un problema irresuelto y, como tal, pretende que se le trate. Dejemos, entonces, que hablen los autores.
Publicada en la Revista Caminos: Nro 74-75 Democracia y Participación