Por Reinerio Arce Valentín (Dr. en Teología y Filosofía)
Se conoce poco sobre la vida y obra de los mártires cristianos de las luchas contra la dictadura de Fulgencio Batista, jóvenes que con fe y patriotismo lucharon y murieron heróicamente en busca de la libertad. Tal es el caso de Esteban Hernández, que como podremos ver en este magnífico libro, se entregó en alma y cuerpo a la lucha revolucionaria. De ahí el primer valor del libro, llevarnos a conocer a uno de esos luchadores, mártir de la Revolución, quien como expresa la autora, fuera uno de los que fundieron en sus vidas y en su acción «el cristianismo, el patriotismo y la política».
Agradezco el privilegio de haberme pedido escribir el prólogo de este libro, de este acercamiento a la vida de un gran hombre, héroe y mártir de nuestra Patria. Y hay que decirlo también, de un gran cristiano. A medida que avanzaba en la lectura del mismo venía a mi mente un versículo del Evangelio de Juan que a mi juicio refleja el convencimiento y la vida de Esteban: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Así fue la vida de Esteban, la que ustedes podrán conocer a través de la lectura de este libro. Su vida fue una entrega total por los demás, cuya motivación, como dice el evangelio de Juan, fue el amor. Ese compromiso con el amor y con la ética evangélica lo llevó a un compromiso con la vida, especialmente con la de las personas más vulnerables, aquellas
que, producto de las injusticias sociales y económicas, y la represión del régimen dictatorial de Fulgencio Batista, se convirtieron en víctimas y fueron lanzadas a la periferia de la sociedad. Al decir del sacerdote colombiano Camilo Torres, el amor para que sea real y evangélico tiene que ser «un amor eficaz». Tal fue el que practicó este joven cristiano: amor eficaz.
La autora profundiza en el desarrollo de la personalidad de Esteban y sus relaciones con personas que marcaron de una forma u otra su manera de ser y actuar durante toda su vida.
Comenzando por la familia, el Colegio Presbiteriano La Progresiva, primero como estudiante, luego, después de graduado, como profesor. En su círculo más íntimo de amistades muchos
participaban activamente en actos conspirativos contra el dictador. Amigos y amigas que no solo constituían parte del profesorado de la escuela La Progresiva, sino también eran miembros de la Iglesia Presbiteriana en Cárdenas.
La autora nos narra cómo influyó la familia en su formación. El padre de Esteban, Eladio Hernández, fue pastor presbiteriano en varias ciudades. Antes tabaquero, oficio que seguramente reafirmó su identidad patriótica cubana, luego se convirtió en pastor presbiteriano. Un hombre muy querido por las congregaciones en donde sirvió, además de un destacado predicador.
El también pastor presbiteriano Sergio Arce Martínez, en un bello poema dedicado a Eladio Hernández, y usando una flor de imagen, metafóricamente describe esos dones de predicador diciendo que cuando subía al púlpito se veía nacer y crecer una azucena; en cada sermón que predicaba crecía y crecía al punto de inundar con su fragancia toda la ciudad. Una manera poética de señalar el impacto de la vida de este pastor, no solo en la suya, sino en la de todas las personas a las que tocaba con su ministerio.
El texto describe momentos importantes de su infancia, su educación y su trabajo como profesor del colegio presbiteriano La Progresiva, en donde tuvo una destacada participación
no solo como maestro, sino también en la dirección de actividades extracurriculares, círculos de estudios sobre las tradiciones del pensamiento cubano comenzando por José Martí. Los años en La Progresiva fueron, al decir de la autora, de asimilación del ideario «patriótico y martiano». Estudió, profundizó e hizo suyo el pensamiento del Apóstol hasta convertirse en un profundo conocedor de su obra, y un convencido martiano.
La autora nos describe todo el proceso de concientización e incorporación a las luchas en contra del régimen dictatorial de Batista. Desde su identificación con la fracción radical del
Partido Ortodoxo, al ocurrir el golpe de Estado del 10 de marzo, hasta su incorporación cada vez más activa en el Movimiento 26 de Julio y su paso a la clandestinidad. Aquí realiza
numerosas acciones y va ocupando responsabilidades en la región de Cárdenas que lo llevan al trágico final de su detención, tortura y asesinato. Esteban se destaca por su compromiso y valentía, no quebró frente a las crueles torturas, a las que fue sometido para que denunciara a sus compañeros.
Como testimonio de su fe, afirma la autora, cantaba himnos, acto signado como fortaleza y seguridad contra el dolor de las torturas y seguramente la certeza de su final.
El sepelio tuvo que ser privado, dado las amenazas de la policía, para evitar una masacre en la ciudad de Cárdenas.
Fue su cuerpo velado en la Iglesia Presbiteriana de Cárdenas y llevado por su familia y personas más cercanas al cementerio de la ciudad donde fue enterrado. A comienzos del año 1960 sus restos fueron trasladados al panteón monumento erigido como lugar de descanso de sus restos. Allí nos describe la autora «en la losa sepulcral está cincelada una bandera cubana, como él deseó, y una inscripción que perpetúa uno de los conceptos que guio su proceder:“Las ideas hay que defenderlas con la propia vida”; así como su validez cívica, “La sangre de los buenos no se derrama en vano” y su confirmación cristiana,“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”».
Les invito a leer sobre este gran hombre de Fe, cristiano, martiano y revolucionario. Que entregó su vida en coherencia con su gran sentido de la justicia e impulsado por un profundo amor a su pueblo. Por eso, como escribía al comienzo de la presentación de esta obra, tengo la certeza de que en Esteban se hacen realidad las palabras de Jesús: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Agradezco el privilegio de haberme pedido escribir el prólogo de este libro, de este acercamiento a la vida de un gran hombre, héroe y mártir de nuestra Patria. Y hay que decirlo también, de un gran cristiano. A medida que avanzaba en la lectura del mismo venía a mi mente un versículo del Evangelio de Juan que a mi juicio refleja el convencimiento y la vida de Esteban: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Así fue la vida de Esteban, la que ustedes podrán conocer a través de la lectura de este libro. Su vida fue una entrega total por los demás, cuya motivación, como dice el evangelio de Juan, fue el amor. Ese compromiso con el amor y con la ética evangélica lo llevó a un compromiso con la vida, especialmente con la de las personas más vulnerables, aquellas
que, producto de las injusticias sociales y económicas, y la represión del régimen dictatorial de Fulgencio Batista, se convirtieron en víctimas y fueron lanzadas a la periferia de la sociedad. Al decir del sacerdote colombiano Camilo Torres, el amor para que sea real y evangélico tiene que ser «un amor eficaz». Tal fue el que practicó este joven cristiano: amor eficaz.
La autora profundiza en el desarrollo de la personalidad de Esteban y sus relaciones con personas que marcaron de una forma u otra su manera de ser y actuar durante toda su vida.
Comenzando por la familia, el Colegio Presbiteriano La Progresiva, primero como estudiante, luego, después de graduado, como profesor. En su círculo más íntimo de amistades muchos
participaban activamente en actos conspirativos contra el dictador. Amigos y amigas que no solo constituían parte del profesorado de la escuela La Progresiva, sino también eran miembros de la Iglesia Presbiteriana en Cárdenas.
La autora nos narra cómo influyó la familia en su formación. El padre de Esteban, Eladio Hernández, fue pastor presbiteriano en varias ciudades. Antes tabaquero, oficio que seguramente reafirmó su identidad patriótica cubana, luego se convirtió en pastor presbiteriano. Un hombre muy querido por las congregaciones en donde sirvió, además de un destacado predicador.
El también pastor presbiteriano Sergio Arce Martínez, en un bello poema dedicado a Eladio Hernández, y usando una flor de imagen, metafóricamente describe esos dones de predicador diciendo que cuando subía al púlpito se veía nacer y crecer una azucena; en cada sermón que predicaba crecía y crecía al punto de inundar con su fragancia toda la ciudad. Una manera poética de señalar el impacto de la vida de este pastor, no solo en la suya, sino en la de todas las personas a las que tocaba con su ministerio.
El texto describe momentos importantes de su infancia, su educación y su trabajo como profesor del colegio presbiteriano La Progresiva, en donde tuvo una destacada participación
no solo como maestro, sino también en la dirección de actividades extracurriculares, círculos de estudios sobre las tradiciones del pensamiento cubano comenzando por José Martí. Los años en La Progresiva fueron, al decir de la autora, de asimilación del ideario «patriótico y martiano». Estudió, profundizó e hizo suyo el pensamiento del Apóstol hasta convertirse en un profundo conocedor de su obra, y un convencido martiano.
La autora nos describe todo el proceso de concientización e incorporación a las luchas en contra del régimen dictatorial de Batista. Desde su identificación con la fracción radical del
Partido Ortodoxo, al ocurrir el golpe de Estado del 10 de marzo, hasta su incorporación cada vez más activa en el Movimiento 26 de Julio y su paso a la clandestinidad. Aquí realiza
numerosas acciones y va ocupando responsabilidades en la región de Cárdenas que lo llevan al trágico final de su detención, tortura y asesinato. Esteban se destaca por su compromiso y valentía, no quebró frente a las crueles torturas, a las que fue sometido para que denunciara a sus compañeros.
Como testimonio de su fe, afirma la autora, cantaba himnos, acto signado como fortaleza y seguridad contra el dolor de las torturas y seguramente la certeza de su final.
El sepelio tuvo que ser privado, dado las amenazas de la policía, para evitar una masacre en la ciudad de Cárdenas.
Fue su cuerpo velado en la Iglesia Presbiteriana de Cárdenas y llevado por su familia y personas más cercanas al cementerio de la ciudad donde fue enterrado. A comienzos del año 1960 sus restos fueron trasladados al panteón monumento erigido como lugar de descanso de sus restos. Allí nos describe la autora «en la losa sepulcral está cincelada una bandera cubana, como él deseó, y una inscripción que perpetúa uno de los conceptos que guio su proceder:“Las ideas hay que defenderlas con la propia vida”; así como su validez cívica, “La sangre de los buenos no se derrama en vano” y su confirmación cristiana,“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”».
Les invito a leer sobre este gran hombre de Fe, cristiano, martiano y revolucionario. Que entregó su vida en coherencia con su gran sentido de la justicia e impulsado por un profundo amor a su pueblo. Por eso, como escribía al comienzo de la presentación de esta obra, tengo la certeza de que en Esteban se hacen realidad las palabras de Jesús: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).