Los pueblos que ocupaban los territorios deseados fueron violentados de diferentes maneras y obligados a salir a la escena pública. La emergencia de movimientos de pueblos originarios, teniendo en el extremo a ese pueblo amazónico que quiso defenderse de la invasión de avionetas con sus arcos y flechas, fue uno de los llamados a recolocarnos en una historia que es más larga que el capitalismo, y que lo cuestiona y lo contradice.
Fueron décadas de una dura disputa político-cultural en la que las tecnologías del poder trabajaron arduamente para transformar la realidad en una imagen que nadie podía asumir como propia, pero que era insistentemente colocada en los medios de difusión masiva como incuestionable. La historia era un enemigo a vencer y todos los recursos del poder se volcaron a esa tarea. Se intentó desaparecerla, en ocasiones, incluso, desapareciendo a sus portadores, pero la necia memoria tiene demasiadas raíces y estas quedaron a flor de tierra recordando que nuestros sentidos tienen una edad mayor a 500 años. Se intentó rehacerla, y se crearon narrativas que borraban los grandes clivajes del pasado como el genocidio de la conquista con el que se fundó el capitalismo, para producir un cuento corto y manejable. La historia quiso ser convertida en el relato de un presente perpetuo, sin profundidad ni proyección, a través del llamado “fin de la historia”. Las historias culturales particulares y los acumulados de los procesos de emancipación pretendieron ser así expulsados de la memoria colectiva y de los sentidos comunes para hacer posible la apropiación de territorios.
A las regiones geográficas se sumaron los cuerpos y las mentes. Los cuerpos desarticulados de la medicina alopática adquirían una vida fragmentada y eran recompuestos como suma de partes, sin ningún criterio de integralidad. Del mismo modo, las mentes fueron confrontadas con relatos parciales y muchas veces esquizofrénicos que impedían entender la vida como proceso complejo de larga duración.
Las migraciones, expulsiones o exterminios descolocaron los sentidos de realidad y esto fue reforzado con una secuencia vertiginosa de imágenes que no tenían conexión evidente entre sí, y que se producían y se repetían insistentemente. Imágenes que presentaban como realidad paisajes desconocidos y fragmentados, incapaces de referir ningún tipo de proceso.
Se rompieron las narrativas y los territorios (geográficos, históricos, corporales y mentales), se objetivaron y se mercantilizaron (se “commoditificaron”). Los sentidos comunes ya no eran construidos en común, sino producidos y transmitidos. La televisión ocupó el lugar del “concejo de ancianos”.
Pero esta ofensiva del neoliberalismo encontró muchas barreras. Desde los tiradores de flechas envenenadas de la Amazonia hasta los reconstructores de sentidos en todos los puntos de la sociedad y de la geografía.
Nuestra historia, la de los pueblos en resistencia desde hace por lo menos 520 años, tiene que ser rehecha, contada, recuperada, reconstruida. Nuestra historia es nuestra fuerza, es lo que da sentido a la vida y al cosmos. Recuperar y reinventar las cosmovisiones es el modo de orientar el camino hacia las utopías.
Desentrañar el significado de la violencia capitalista que se impuso en el mundo, supone subvertir las narrativas que la acompañaron desacreditando todas las grandes civilizaciones con las que se confrontó; reconstruir la historia desde ellas con todas sus derivas posteriores; recuperar nuestros otros lugares epistemológicos; rearmar las imágenes desordenadas por el poder; pero, sobre todo, encontrar nuestras propias imágenes. No se trata de hacer contranarrativas ―aunque a veces sea necesario pasar por eso en la batalla cotidiana―, sino narrativas diferentes, pensadas desde otros lugares. Las contranarrativas se construyen dentro del marco conceptual y argumental del poder. Lo reproducen afirmando su contrario.
La disputa por los sentidos de la realidad es también por los modos de pensarla y de producir los imaginarios; por inventar o recrear nuestras estéticas y nuestros modos de expresar y comunicar. Pensar desde otro lugar epistemológico; resignificar la historia y las historias desde nuestros tiempos, con nuestros ritmos; recuperar la comunitariedad de nuestros sentidos; descolonizar el pensamiento tanto como las tierras y los cuerpos.
Subvertir la praxis en busca de la desenajenación, de la emancipación, de la libertad como espacio político de lo colectivo-comunitario, de la recuperación de los sentidos integrales y cósmicos de la vida y la materia, nos lleva a entender nuestras prácticas con un sentido procesual en el que pensar es hacer, comunicar, transformar, romper y fundar.
Los medios de comunicación son instrumento y espacio de creación emanado de los procesos sociales que resultan procesos de lucha y de emancipación. Hoy los medios ―los nuestros― están en la obligación de despojarse de ingenuidad y asumir la enorme tarea de reconstruir, junto con los pueblos en lucha, los sentidos de realidad que den cuerpo a los horizontes emancipatorios. Subvertir la dominación exige audacia, sensibilidad para leer las realidades ocultas o sumergidas, acompañamiento de los procesos sociales y compromiso de liberación.
Los medios de comunicación llamados alternativos son parte de los movimientos de resistencia y de creación de imaginarios emancipatorios y tienen en sus manos contribuir a generar una conciencia autogestiva que no suplante el sentido común de intelección, sino que lo estimule. El colectivo social siempre será mayor que cualquiera de sus partes o de sus estructuras circunstanciales. La historia la construyen los sujetos en lucha y eso incluye a los medios de comunicación que forman parte del proceso. Pero los medios componen el proceso, se deben a él.
Los sentidos de realidad, las cosmovisiones y las utopías de emancipación se fraguan en una combinación de trincheras en las que territorios, cuerpos y mentes encuentran sus espacios de reconstitución.
por: Ana Esther Ceceña