Después de transitar por una semana llena de aprendizajes y desaprendizajes, de replantearnos muchas cosas, de sentir que nos movieron el piso –como cierta vez me dijo Ingrid- y de empezar a transitar por un camino novedoso para la mayoría, quedamos en escribir una crónica que recogiese un poco de todo lo que vivimos allí.
Fue así que decidimos entre todas y todos plasmar en papelógrafos y papelitos (para que no hubiese discriminación por tamaños de papel) las cosas que íbamos sintiendo.
Los primeros días se nos escapaban frases desatinadas como: “Esos grupos nuevos que están surgiendo, los homosexuales por ejemplo”, “para mí no hay razas, para mí el hombre es lo único importante” o “es ideal hablar de género pero me parece que el lenguaje de género es una tontería”.
También, durante los talleres, nos sumábamos todos al centro cuando llamaban a los cubanos, y teníamos sentimientos encontrados cuando llamaban a las cubanas y el grupo quedaba dividido en dos. Pero desde esos primeros instantes también abundaban posturas críticas al proceso que recién comenzaba: “Yo no me siento discriminada y me parece que a veces esto se sobredimensiona y lejos de buscar la equidad hombre–mujer ponemos el acento en la diferencia”.
Con estas ideas echamos a andar y por el camino admitíamos que “hay términos que son difíciles de incorporar” o “ahora entiendo la complejidad del enfoque de género”.
Pero siempre primó un espíritu optimista. Las metas de este grupo se centraban en “sistematizar los nuevos conocimientos”, “continuar por este sendero buscando la igualdad de género”, “incorporar la perspectiva a nuestros proyectos comunitarios” y “tener una visión sistémica sobre este enfoque y los procesos que desarrollamos”.
Para eso, ya casi en las últimas horas del taller, decidimos dejar a un lado “determinados prejuicios, la última palabra patriarcal, la dolorosa subordinación femenina, ciertos mitos sexistas a la hora de hacer el amor, la pena que sienten los hombres por mostrar miedos, debilidades o inseguridades y las cargas de certeza de lo que significa ser mujer”.
Por eso nos propusimos romper con la resistencia al cambio, evitar la violencia, vencer el miedo, superar la rigidez en la concepción de lo que está “naturalizado” y no volver a vivir situaciones en las que las mujeres se sienten dominadas por los hombres.
Pero para este viaje no íbamos desnudas ni desnudos. Teníamos un arsenal acumulado durante cuatro intensos días. Como armas más importantes llevábamos la visión de cómo mejorar nuestras relaciones humanas de género, la seguridad, los deseos de seguir adquiriendo nuevos conocimientos, la energía, la confianza, la mente abierta, la dulzura de estar vivos y vivas, la autoestima y el orgullo íntimo de saborear el proceso de nuestra propia liberación.
Nos quedaba “reconocer la diversidad que somos”, “repensar las cosas a la hora de tomar decisiones donde se involucren seres humanos”, “ser una mujer libre y plena”, “lograr justicia entre hombres y mujeres”, “ver a la mujer como igual en todos los espacios de la vida y comprender a profundidad las posturas feministas”.
Nos quedaba, en síntesis, seguir viviendo y transformando, con los saberes compartidos durante una semana en qué fuimos un grupo de mujeres y hombres, cubanos y cubanas.