“Ayer, cuando llegué a mi casa les conté a todos del ejercicio de la conferencia. Ni cuando fui a dormir podía quitármelo de la cabeza”, contaba a quien escribe Eduardo Morejón, instructor de música de la brigada José Martí, que junto a otros veinte del territorio, más algunos promotores y directivos de la cultura y personal de salud, hicieron su arribo oficial a la educación popular mediante el concentrado de Concepción y metodología que estuvo sucediendo en Manicaragua en marzo.
La posibilidad del taller fue resultado del espacio conocido como reunión Cultura- MINED, donde representantes de ambos organismos coordinan acciones conjuntas y, para suerte nuestra, se ha convertido en una posibilidad de construcción de consensos importantísimos para la superación y el desempeño de los instructores de arte que laboran en el ámbito de instituciones educativas, y quién sabe, además, si por ese camino de las alianzas impostergables se pueda continuar avanzando en logros superiores.
Las muchachas y los muchachos arribaron al taller sabiendo que se encontrarían con una propuesta pedagógica diferente para nada desconocida pues en Manicaragua, especialmente en el sector de la cultura, la educación popular ya tiene un trecho recorrido. Entre sus expectativas estaban pertrecharse de nuevas herramientas, útiles para su trabajo; mejorar sus prácticas personales y comunitarias y hasta hubo quien se planteó conocer de qué va la tan llevada y traída educación popular.
Sin embargo, desde el primer ejercicio, (la ya mencionada conferencia, tan eficaz como el primer día), comenzaron a situarse críticamente frente a siglos de dominación al tiempo que miraban, tal vez por primera vez, nuestras propias conductas dominadoras naturalizadas.
Descubrir que hemos sido víctimas y victimarios de sentidos comunes opresivos dio lugar, como siempre, a algunos desgarramientos pero la reflexión colectiva y profunda donde se desaprende y aprende a un tiempo, los textos esclarecedores, la vuelta a una práctica enriquecida y problematizada surtió su efecto liberador.
El grupo creció y vivió el proceso con esperanza. Cada mañana la comisión de animación y mística nos llenaba de poemas y de canciones reveladores del compromiso cierto de una generación “distinta a la de ayer”. Una generación que se estremece cuando Mercedes Sosa afirma que “todo cambia”, que asiste asombrada y reverente a su primera cita con la palabra luminosa de Freire en el video “Constructor de sueños”, material que hizo decir a Sheila Valdés, instructora que se desempeña como metodóloga de Enseñanza Artística de la Dirección Municipal de Educación: “¡Si los directores de escuelas pudieran verlo…!”. Una generación que los profetas de catástrofes insisten en considerar perdida sin advertir que está ahí y necesita y exige ser reencantada.
Para la coordinación, trabajar con un grupo tan joven funcionó como un hermoso desafío que tuvo numerosas compensaciones. Entre ellas, el duelo grupal por la terminación del taller, la evaluación final que daba cuenta de aprendizaje, crecimiento, integración, pero la mejor de todas se concretó en la necesidad de establecer continuidades (de hecho estaremos con el módulo de trabajo comunitario en abril) y con el compromiso de hacer más por la comunidad y por Cuba.
Muchas veces, en nuestros encuentros como red advierto con preocupación que la mayoría de los colaboradores sobrepasamos los treinta y cinco años y me asalta la urgencia de que nuestra propuesta se nutra de más sangre joven, que aumente la presencia de las muchachas y muchachos que tuvieron su infancia en los 90 (las niñas y los niños del Período especial), portadores de la sensibilidad de su tiempo, para que en diálogo con la nuestra, podamos fundar nuevos caminos y seguir tributando a un socialismo verdaderamente inclusivo, creativo y original, donde haya lugar para todos los miedos y para todas las esperanzas.
Contribuir a ese sueño es el mejor saldo que nos deja este taller de Concepción y metodología que tuvo lugar en un apartado rincón de Cuba y donde una generación veinteañera nos hizo vibrar, con la fuerza irrepetible del primer amor.