Si los jerarcas del gran capital siguen empecinados en buscar más fuentes para hacer dinero y abarrotar sus arcas, en sostener el modo de producción y de consumo capitalista, a pesar de que cada vez son menos los que ganan y más los que pierden, dentro de poco, según el rumbo que toman las cosas, tendremos que pagar las precipitaciones, quiera o no el dios de la lluvia.
El mes que viene, Río de Janeiro será sede de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable, 20 años después de una cita semejante, y será otro intento para preservar el derecho de los poderosos al crecimiento económico desmedido (al parecer, su único indicador de desarrollo posible), aunque la madre naturaleza no aguante más sobre sus espaldas tanta irracionalidad y ya haya dado muestras de un agotamiento irreversible.
Ante la «multicrisis» que afronta la civilización en estos inicios del tercer milenio: financiera, económica, de valores, alimentaria, energética, democrática, climática, de derechos y de género, ecológica, los hacedores de $$$$ se van a aparecer en la populosa ciudad brasileña con su último engendro salvador: la economía verde, una suerte de mercado de servicios ambientales, con un administrador en nombre de la naturaleza, incluido.
Hace 50 años, esto parecería el guion de una película de ciencia ficción. Que haya que pagar por los ríos, por el aire, por los océanos, por los bosques…, que a los capitalistas no les baste con sus industrias, sus bancos, y ahora se quieran hacer dueños del medio ambiente, un bien que nació libre, para todos, que no entiende de valor de uso ni valor de cambio, solo de armonía, convivencia, biodiversidad.
Pero en estos tiempos, en que las sociedades de consumo alientan a la gente a tener y tener, y no a ser, y las etiquetan por sus gastos, los desembolsos de sus tarjetas de crédito, por el lujo de los autos y las fastuosidades de las mansiones, es creíble cualquier locura, como esta de pretender poner en la bolsa de valores a la mismísima naturaleza, sin importar las consecuencias que tendrá para la humanidad.
«Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre». La frase con la que Fidel empezó su discurso en la Cumbre de la Tierra (Río-92) fue un augurio incomprendido por la mayoría de los asistentes. Casi todos coincidieron en que era una locura de él, una crítica sinsentido al capitalismo. Pero aquellos que desoyeron su alerta ya no están en el poder, y desde su retiro tendrán que aceptar ahora que el «loco» estaba claro.
«No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre». Sin dudas, aunque tienen dos décadas de dichas, son palabras de hoy.
Las reuniones organizadas por la ONU para promover el desarrollo sostenible y detener el deterioro del medio ambiente solo han servido para la foto de los dignatarios y expertos. Mientras, continúa en ascenso el calentamiento global, la pérdida de especies de la flora y la fauna, la desaparición de millones de hectáreas boscosas y de la fertilidad de los suelos, y por consiguiente, el aumento de la pobreza, la exclusión y la brecha entre los países industrializados y los de la periferia.
Según las cuentas de los ideólogos de la economía verde, los servicios ambientales (agua, alimentos, plantas medicinales, absorción y almacenamiento de carbono, minerales, madera, etc.) están cotizados entre 160 mil y 540 mil millones de dólares (el PIB mundial, o sea, la suma de bienes y servicios, totaliza 620 mil millones). ¿Cómo es posible entonces que la naturaleza, con ese valor, «trabaje» gratis para toda la humanidad?.
La lógica neoliberal de venderlo todo ha encontrado así un almacén colosal de mercancías sin necesidad de invertir un centavo, a no ser para los documentos con los cuales agenciarse la propiedad y otras inversiones dedicadas al desalojo de quienes hoy viven en esas áreas, poblaciones americanas y africanas, por ejemplo, incapaces, según los jerarcas del capital, de cuidar el medio ambiente.
Paralelo a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable, tendrá lugar en el mismo Río de Janeiro, la Cumbre de los Pueblos por la Justicia Social y Ambiental y una Asamblea Permanente de los Pueblos, la voz de los millones de seres humanos que serán perjudicados por la economía verde.
Desde la diversidad de lenguajes, de cosmovisiones, de culturas, enfrentarán juntos a un poderoso y antagónico rival: el capitalismo. Esa cita multicolor aunará historias, prácticas y sentidos para rechazar la mercantilización de los bienes comunes, oponerse a la privatización de la vida, en un mundo paradójico, donde se destinan millones de millones de dólares para salvar bancos y trasnacionales y los ricos dicen ahora que no hay dinero para evitar la catástrofe ecológica que se avecina.
Qué esperar de quienes ni siquiera han cumplido el compromiso de aportar el 0.75 de su PIB a la cooperación para el desarrollo y tampoco tienen voluntad política para concretar los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Río de Janeiro será escenario de una crucial batalla por la vida, de un lado el capitalismo, empecinado en crecer económicamente de manera desmedida, a expensas de recursos naturales finitos; y del otro, las apuestas alternativas, por caminos socialistas, que refunden las relaciones internacionales y generen otro modo de producción y de convivencia con el medio ambiente.
De imponerse la primera, se acercará el día en que la lluvia, que cayó copiosamente esta semana en el Escambray y me trajo a la mente un aguacero de recuerdos de la sierra de los Cuchumatanes, en Guatemala, tenga que ser pagada por los descendientes mayas que habitan en esa región de Centroamérica.
por: Norland Rosendo, publicado en el períodico Vanguardia