Hoy, hemos entendido más la teoría de los puentes. Aunque se levanten de un lado, tendrán que sostenerse en otro punto, de lo contrario, solo el viento podrá transitarlos. Así ocurre con el puente de Londres, con la vieja madera colocada para no caer en la acequia del patio, con los puentes del amor, con los de las revoluciones. Las emergencias emancipatorias en América Latina nos hacen voltear la mirada a ellas, nos proponen un aprendizaje mutuo para arribar a ese horizonte que soñamos.
Si bien ha sido largo el trayecto andado por Cuba y enjundiosa su lista de aportes a los cambios en la región, aún no termina de imaginar su socialismo, se construye frente a muchas de las mismas interrogantes que aparecen en estos escenarios de Latinoamérica: ¿Qué entendemos por progreso? ¿Cómo deslegitimar la lógica del capital? ¿Cómo salvarnos de un socialismo mercantilizado? ¿Cómo llenamos de sentidos el buen vivir? ¿Qué hacer para construir colectivamente una ética liberadora, una permanente relación sujeto-sujeto?
Estas reflexiones nos llenaron nuestras primeras hojas de enero. Anotamos la experiencia del Frente de Resistencia de Honduras, que refunda el país en amplias asambleas populares, aun en medio de las balas; la del pueblo colombiano y sus formas para legislar desde abajo; la del Movimiento Sin Tierra, que nos refirió una lucha más allá de la alambrada, y otras alternativas comunitarias, de cooperativas, de educación popular, que pueden devenir referentes.
Paradigmas emancipatorios tuvo la mística de la memoria, de la solidaridad, del pensamiento crítico, del cálido encuentro. Dejó además que voces poco escuchadas pasaran su umbral. Fue el caso de miembros de la red de educación popular que hablaron de su trabajo en Pinar del Río contra la homofobia y por la inclusión de las diversidades. El mismo tema surgió instantáneamente cuando, provocadora y espléndida, “la Rusa” , de El Mejunje, nos regaló su canción.