Correa anunció que se estudiará la deuda externa y no se pagará la que se considere ilícita. Convocó a una Asamblea Constituyente para una reforma política y ofreció la ciudad de Quito como sede de la Comunidad Sudamericana de Naciones. “Corrupción –dijo– es ponerse del lado de los poderosos mientras los más débiles sufren.”
“La Patria Vuelve” había sido el lema de campaña de Alianza País, el movimiento político que lidera Correa, y fue la idea central de su discurso de asunción. “El poder volverá a estar en manos de su legítimo dueño: el pueblo”, prometió Correa, en medio de una lluvia de aplausos de legisladores, dirigentes políticos y presidentes extranjeros. Amigos y detractores parecían estar de acuerdo ayer con todos los cambios “profundos y radicales” que proponía el economista de 43 años. Sin embargo, ya han aparecido voces opositoras que auguran una difícil lucha política para el nuevo presidente. Pero Correa no parece vacilar ante estas advertencias. “No negociaré con nadie la dignidad de la patria. La patria ya no está en venta. El oprobio del pasado histórico, con la venta de la bandera o pactos que canjeaban votos por prebendas, ha terminado para siempre”, adelantó.
La advertencia de Correa tenía un destinatario claro: la partidocracia ecuatoriana y los organismos internacionales de crédito, como el FMI y el Banco Mundial. Por un lado, prometió terminar con la complicidad que históricamente existió entre estos dos grupos, que permitió, según el mandatario, el endeudamiento del país. “El neoliberalismo que predominó en América latina, que además de empobrecer a nuestros pueblos tenía como objetivo garantizar el pago de los servicios de la deuda externa, terminó”, aseguró. Correa dedicó gran parte de su discurso a recordar algunas de las consecuencias que tuvo para el país esta complicidad. Por ejemplo, el salvataje bancario y de los grandes acreedores antes y después de la última crisis económica. O la ley que prohíbe aumentar cualquier gasto –de educación, salud, infraestructura, entre otros– excepto el del pago de la deuda externa.
Para lograr cambiar esta herencia, Correa pidió la ayuda de todos los ecuatorianos que “con manos limpias y buen corazón” quieran participar de esta nueva etapa. Hizo hincapié en la necesidad de terminar con la cultura de la corrupción, que no sólo impera en las instituciones del Estado sino también en las grandes empresas. El mandatario explicó que la corrupción no es sólo robar dinero, sino cobrar sueldos excesivos en un país donde la mayoría de la población es pobre o se está empobreciendo. Corrupción –continuó Correa dejando por un segundo su tono calmo y pausado– es ponerse del lado de los más poderosos mientras los más débiles sufren.
Fiel a su formación económica, Correa hizo gran énfasis en la importancia que tendrá en los próximos años la reestructuración de la deuda externa. Como había adelantado durante la campaña y después de su victoria electoral el 26 de noviembre pasado, será una prioridad redireccionar el gasto que antes se destinaba –incuestionablemente– a los acreedores externos. Para ello, su gobierno primero analizará cuánto de esa deuda fue contraída de forma ilícita y, en consecuencia, advirtió Correa, no debería ser pagada.
En su discurso también aprovechó para proponer la creación de un tribunal internacional “imparcial” que se ocupe de revisar las deudas externas de las naciones y determinar cuánto de legal tienen. Asimismo, se sumó a una iniciativa de su amigo y aliado Hugo Chávez para crear un Banco del Sur, que compita con los organismos internacionales de crédito actuales que, según Correa, siempre actúan en beneficio de los intereses de los acreedores.
Aunque no lo incluyó dentro de sus tres ejes programáticos, el nuevo presidente ecuatoriano también destinará gran parte de los esfuerzos de su gobierno a insertar a su país en el proceso de integración regional, pero esta vez desde un lugar protagónico. “El gobierno de Ecuador ofrece a Quito, luz de América, como sede y espacio para la reflexión y construcción de la Comunidad Sudamericana de Naciones”, aseguró dirigiéndose a los doce mandatarios que ocupaban un lugar privilegiado detrás suyo.
La presidenta chilena Michelle Bachelet celebró la vocación integracionista del nuevo gobierno de Quito y ya comprometió su apoyo. “Tenemos que avanzar hacia una alianza estratégica, porque creo que ambos países cooperando podemos trabajar también junto con el resto de países de Sudamérica para resolver los desafíos que tenemos: luchar contra la pobreza, por la integración y el desarrollo”, señaló la mandataria. “El futuro nuestro está unido”, coincidió otro de los invitados, Hugo Chávez, quien compartió la ceremonia con sus pares Luiz Inácio Lula da Silva, Evo Morales, Alan García, Daniel Ortega y Alvaro Uribe, entre otros.
A pesar de la diversidad ideológica que existía entre algunos de los presidentes invitados, Correa adelantó cuál será la orientación de su gobierno dentro de la región. “América latina no está viviendo una época de cambios, está viviendo un verdadero cambio de época”, aseguró en referencia a las últimas elecciones en Brasil, Venezuela, Bolivia, Chile, Uruguay, Argentina y Nicaragua. Y como si no hubiese quedado claro, agregó la histórica consigna de los movimientos populares latinoamericanos, retomada con fuerza en los últimos años por Chávez. “Alerta que camina la espada de Bolívar por América latina”, afirmó, levantando una réplica de la espada del prócer, un regalo del presidente venezolano.
Correa supo equilibrar su discurso con referencias locales, como la reciente expulsión de dos diputadas aliadas del Congreso, y con promesas y palabras de deseo para la región. Quiso incluir a todos los que componían su audiencia y, por eso, repitió la última parte de su discurso en un quechua menos fluido que su español, pero con el mismo énfasis. “La lucha recién comienza”, prometió el nuevo presidente de Ecuador.