“Los días grises dejan ver los mejores colores”, me dijo aquel anciano desde un banco, justo en la acera de enfrente a la Casa del ALBA Cultural. Una casa amarilla del Vedado habanero que casi a mediados de octubre, acogió por segunda vez consecutiva a jóvenes periodistas de todo el país, para celebrar la segunda edición del Concurso de Periodismo Joven Ania Pino in memorian.
Con la luz cayendo de sesgo y lloviznas a intervalos, del 12 al 14 de octubre, jóvenes periodistas y estudiantes debatieron y polemizaron intensamente sobre el periodismo participativo y los nuevos medios en el contexto cubano de hoy.
A simple vista parecía un evento común, con su cartel en el portal de la Casa, con los ajetreos propios de un evento. Sin embargo, dentro aguardaban nuevas maneras de analizar y pensar las prácticas de los periodistas jóvenes y estudiantes, que hacían de esta edición un renovado encuentro.
En forma de talleres y con la propuesta metodológica de la Educación Popular que defiende el Centro Memorial Martin Luther King Jr., se habló de medios alternativos, de la necesidad de hacer confluir las agendas de los públicos con las agendas mediáticas, de las diferencias entre televisoras estatales y públicas, de los canales por los que se difunden hoy los productos audiovisuales y de la democratización en la creación audiovisual, como consecuencia de los avances tecnológicos.
Para no quedar sólo en la teorización conforme y cómoda, se emplearon dinámicas y técnicas para construir colectivamente contenidos audiovisuales. Se utilizaron teléfonos celulares y cámaras pequeñas, que proyectaron la imagen de un evento realmente joven y muy parecido a quien va dedicado como ejemplo de pericia y rebeldía, innovación y destreza.
Al finalizar, las premiaciones al riesgo, la originalidad, el buen uso de los géneros, la sensibilidad y el dominio de los diferentes lenguajes televisivos. Desde afuera, en la acera de enfrente, y desde un banco, nadie podría imaginar que en esta segunda edición, el concurso había apostado por la participación y la construcción colectiva de sus reflexiones teóricas. Una apuesta a lo Cortázar, de “seamos realistas, soñemos lo imposible”. Un empeño por salir de los muros tradicionales y parecerse a la gente que los mira y escucha, por llegar hasta el banco y subir a la guagua, o caminar de prisa en busca de la prensa diaria, junto a aquel anciano que aún se asombra de los colores jóvenes en días grises.