Por Ada C. Alfonso Rodríguez
En los últimos años he tenido la oportunidad de leer algunos libros cubanos en cuyas páginas, con menor o mayor acierto, se incluyen historias de mujeres lesbianas. Este no tiene nada que ver con esos. No se adentra en la experiencia sexual de las mujeres que se encuentran en espacios solitarios e íntimos para encontrar placer entre ellas. Tampoco busca alimentar fantasías eróticas ni responder a las interrogantes de quién es el hombre y quién es la mujer en la pareja. Cuestiones ancladas en un imaginario que se resiste a superar la heterosexualidad, en el que no florece una sexualidad que se inventa y reinventa según las necesidades de quienes la construyen.
Este expone en sus páginas las trayectorias de vida de las mujeres lesbianas o no, sus vicisitudes y sus logros, sus reclamos y sus luchas para habitar como sujetos de derechos en escenarios en los que la heteronorma y el heterosexismo alimentan el estigma y la discriminación; las mismas que, día a día, reivindican sus derechos como humanas y como
cubanas.
¿Qué reflexiones me promueve su lectura?
1. La diversidad de mujeres y de discursos En mi consideración, se utiliza la entrevista magistralmente. La lectura de las historias hace sentir que las preguntas no son un paquete prediseñado que nos lleva al mismo sitio una y otra vez, como si estuviéramos en un carrusel de feria, sino que emergen del encuentro entre entrevistadoras y entrevistadas. Nacen de la necesidad de los relatos y de las mujeres que nos cuentan sus historias, de ahí que perciba que no sobran, ni faltan, y que cada mujer nos dice lo que necesita compartir y no más.
En adición, las entrevistadas provienen de diferentes sectores y provincias; algunas son jóvenes y otras no tanto. Ello es crucial para validar las experiencias que comparten, trazar una línea de tiempo en el decurso de la construcción de sus identidades sexuales, en la experiencia de bienestar de estas y, mejor aún, en cómo sus estrategias de vida las colocan en el lugar de ejercicio de sus ciudadanías sexuales. No son mujeres periféricas: se propusieron desligar los nudos de la exclusión y la marginación social, por lo que participan o participaron en la construcción de la vida social, cultural y espiritual cubana, desde sus desempeños.
2. La diversidad de tiempos en la construcción de sus identidades sexuales Las narrativas de estas mujeres nos hablan de heterogeneidad y de tiempos, de deseos reservados y de la elección de un momento liberador en el que apuestan por una sexualidad sin tapujos y también sin etiquetas. No importan sus consecuencias; están decididas a sortear cualquier obstáculo.
Sus historias nos advierten que, para algunas, el interés por las mujeres se inició muy tempranamente; otras cuentan de experiencias con parejas heterosexuales de permanencia, con un descubrimiento de la atracción por sus iguales un tiempo después; y unas pocas nos indican que la se xualidad, la atracción y los vínculos afectivos “no están escritos en piedra”
y que, como sujetos deseantes, están abiertas a la experiencia amatoria sin importar quién es el objeto de deseo. Aunque todas, en el momento de la entrevista, estaban ligadas a una experiencia erótico–afectiva con otras mujeres.
3. La visibilización de miedos, silencios y rupturas Cada historia refleja la irrupción de formas de violencia en diferentes escenarios de interacción social. La violencia cultural ha sido una constante en sus vidas, mientras los discursos homofóbicos en sus entornos inmediatos llevaron a algunas a cuestionarse en silencio sus sentimientos transgresores. El miedo a no cumplir con lo deseado por sus familias, a molestar a los padres y madres, a perder el estatus y la red de apoyo familiar retrasaron el hacer pública la dirección erótico afectiva de sus deseos y su elección de pareja.
Sin embargo, la violencia no se retrasó, estuvo presente en sus familias y fuera de estas; en sus escuelas, al limitarles sus logros; en sus centros de trabajo, al expropiarlas de sus espacios y, para algunas, en sus relaciones de pareja. Para llegar a lo que son hoy y lo que han alcanzado, han sido muchas las rupturas, las pérdidas y los duelos que han tenido que hacer. No obstante, las historias nos dejan un mensaje de optimismo y nos enfrentan
a una realidad: somos lo que seamos capaces de construir, tanto individual como colectivamente.
4. El activismo comprometido De una forma u otra, las entrevistadas realizan un activismo comprometido, tanto aquellas que han renunciado a sus vínculos en redes articuladas, como las que comparten espacios de activismo institucional del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), aun cuando perciben que “no siempre satisface las necesidades de las mujeres lesbianas”, o al menos no como desean. Es curioso que mencionen que, en su mayoría, las mujeres lesbianas que han alcanzado cierto estatus se mantienen en silencio, en
sus zonas de confort, y contribuyen así a la invisibilidad.
Cada una refiere poner el cuerpo en escenarios en los que se requiere visibilizar los derechos de las mujeres lesbianas, aunque también para defenderlos. En las acciones que realizan han tenido que soportar agresiones verbales que siempre aluden a sus sexualidades; en otras, claramente al acoso. Se han sobreexigido para lograr el respeto a ellas, su trabajo y sus
resultados y, con esto, han conquistado también el respeto de sus madres, cuando estas las han separado de la vida familiar.
5. Las familias: contradicciones y conflictos Luego de leer las historias de estas mujeres, es muy difícil no pensar en las familias y su papel en la educación, el crecimiento e integración de sus integrantes a la vida social. En estas narrativas y en otras no contenidas en el libro, la primera barrera que encuentran las mujeres que se reconocen con sexualidades no hegemónicas está en sus padres, madres y otros familiares, bien porque durante años han escuchado las injurias y descalificaciones dirigidas a los homosexuales, o porque han desarrollado expectativas muy altas en la continuidad de la familia, acunando proyectos de vida en los que las hijas aportarán los nietos deseados.
Lo cierto es que reconocerse ante los padres como lesbiana, aun en familias en las que otros miembros son homosexuales o existen excelentes relaciones, no está exento de contradicciones, silencios y conflictos. Las investigaciones revelan que el primer ámbito de discriminación se vive en las familias. Por lo que, sin dudas, habrá que pensar estas como grupo meta de las intervenciones que se realicen para eliminar los prejuicios sexuales
asociados a las sexualidades no hegemónicas.
Me satisface, después de años de trabajo, conocer que las mujeres reconocen que se han producido cambios sociales en cuanto a la homofobia–lesbofobia en los diferentes escenarios en los que habitan. Esto significa que años de trabajo colectivo y de Jornadas contra la Homofobia y la Transfobia han logrado horadar la tupida trama social tejida con una ideología
patriarcal, heterosexista y heteronormativa que estigmatiza y discrimina lo diferente, y que se resiste a permitir que fluyan las libertades sexuales de las mujeres como expresión legítima de sus derechos sexuales.
La Habana, octubre de 2019