En estos versos del profeta Jeremías, encontramos imágenes que pertenecen a la experiencia de la maternidad: la formación de la vida en el vientre materno, el conocer y el consagrar. Quizás lo primero sea recordar que somos creación de Dios y que hemos sido hechos a su imagen y semejanza. La posibilidad de recrear la vida dentro de nuestro cuerpo es parte de esa semejanza con Dios, quien es fuente de vida, creador y sustentador de vida.
En nuestros días, crece el llamado de los pueblos originarios de nuestra América a volver a la madre tierra, a recuperar el respeto y la veneración por esa “gran madre” que nos acoge en su seno, nos alimenta, nos sustenta, nos protege, que nunca nos niega sus frutos y bondades, y a la cual, sin embargo, estamos destruyendo como muestra de ingratitud e insensatez.
En la Biblia encontramos varios pasajes que se refieren a Dios como madre, sin embargo es bueno saber que las primeras representaciones que los seres humanos tuvieron sobre lo divino eran representaciones femeninas, es decir, en el principio no eran los dioses sino las diosas. Y esto era así precisamente por esa asociación existente entre la divinidad y el origen de la vida, la divinidad es considerada un gran útero materno donde se gesta la vida del mundo.
Pero volvamos al texto de Jeremías. La vocación maternal comienza antes de que la vida sea engendrada. “Antes que te formaras dentro del vientre”. El futuro hijo o la futura hija debe ser el resultado de algo deseado y planeado por la pareja, o por aquellas mujeres que deciden ser madres solteras. Esa vida futura no debería ser el resultado de un accidente, de un descuido de la pareja, o de una trágica violación. Tampoco debería ser una estrategia de la mujer para sacarle dinero al hombre. La maternidad tampoco debe ser la única manera en que la mujer encuentre un lugar en la sociedad o la única razón para ser valorada como ser humano, como ocurría en los tiempos bíblicos.
El Evangelio de Lucas nos cuenta como una mujer en cierta ocasión gritó a Jesús: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los senos que mamaste”. Y Jesús le respondió: “Antes bien, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la obedecen”. Si la sociedad judía valoraba a la mujer por su capacidad de procrear, Jesús valora a la mujer por su capacidad de servir a la causa del reino de Dios, independientemente de que tenga hijos o no.
Hace algunos días, una amiga muy querida me contaba que al comenzar su relación con su actual esposo, antes incluso de oficializar el noviazgo, le explicó a él que por razones de edad, ella no sería mamá, y que si para él la paternidad era algo a lo cual no podía renunciar, debían entonces discutir el tema antes de iniciar una relación que podría convertirse en algo más serio en el futuro. Ella me decía que la maternidad podía experimentarse de varias maneras, que ella, por medio de su trabajo como educadora, ha podido compartir su amor, su comprensión y su compañía con sus alumnos y alumnas.
La segunda frase que encontramos en el texto de Jeremías es “te conocí”, “antes que te formaras en el vientre, te conocí”. ¿Qué significa para ustedes, madres, conocer a sus hijos y a sus hijas? Entre nosotros es común la frase: “Lo conozco como si lo hubiera parido” o “te conozco porque te llevé nueve meses en el vientre”. Estas frases, en mi opinión, expresan uno de los tantos mitos que hay alrededor de la maternidad. ¿conocemos verdaderamente a alguien por el solo hecho de haberlo traído al mundo? ¿la vocación maternal termina con el parto? Es preciso conocer. En la Biblia, el verbo conocer tiene un significado peculiar: implica una relación íntima y personal, que incluye además la idea de discernimiento y elección.
Conocer es un verbo también utilizado para indicar la relación sexual de la pareja. Dice Mateo que José no conoció a María hasta que dio a su luz a su hijo primogénito. La mujer no puede elegir a su hijo, pero sí se ha elegido a sí misma como futura madre y puede elegir a la persona con quien compartirá su vida y el reto y la alegría de la maternidad. No basta con engendrar y dar a luz, es preciso conocer, y conocemos en la medida que compartimos momentos, experiencias, sueños, aspiraciones. Conocemos en la medida que acompañamos, comprendemos y respetamos a nuestras hijas y a nuestros hijos. Siempre es difícil conocer y reconocer ese momento en que los hijos tomarán su propio rumbo y construirán su propia vida.
Y la tercera frase en estos versos de Jeremías es “antes que nacieras, te consagré”. En otras versiones, se usan expresiones como “te santifiqué”, “te aparté”. Creo que las madres –como también los padres- deben consagrar a sus hijos e hijas a una causa. Esto no significa determinar por ellos su vida y su futuro, significa educarles en un determinado camino, en determinados valores. Significa consagrarlos a una causa, poder ver de antemano el sentido que pueden tener sus vidas.
Cuando en nuestras iglesias pedimos la bendición de Dios para los niños y niñas que son traídos ante la comunidad, pedimos precisamente que sean educados en los valores del reino de Dios, que sean educadas para ser mujeres de bien, que cumplan con su propia vocación en la vida. La sobreprotección en la formación de los hijos es algo que obstaculiza su buen crecimiento y sus capacidades de independencia y autodeterminación. Se debe amar a los hijos como se ama a la patria, libres e independientes.
La vocación maternal tiene al menos estas tres dimensiones: un antes, un durante y un después. Y aún después del “después”, seguirá la madre siendo madre. Quisiera terminar diciéndoles que todos y todas tenemos la posibilidad de participar de esta vocación maternal. La maternidad y la paternidad es tan solo un proyecto dentro de los muchos que podemos tener en la vida. Por lo tanto, cualquier proyecto que emprendamos puede tener un antes, un durante y un después. Cualquier paso nuevo que demos necesita “formarse en su propio vientre”, necesita ser “conocido” en lo más íntimo, y necesita ser “consagrado” a una causa justa y noble.
Que nuestro Dios, que es madre, bendiga a las madres de nuestra iglesia, de nuestras familias, de nuestro pueblo. Que nuestro Dios nos permita continuar participando en su vocación maternal en el mundo, generando vida, conociendo y cuidando de la vida, consagrando nuestra vida a la causa de su reino de amor y justicia.