Primero, me gustaría agradecer a Dios por este encuentro, por la posibilidad de comunión de fe y esperanza –como hemos cantado aquí ahora–, por esta demostración de amor al pueblo de Cuba. Quiero agradecer en especial al reverendo Juan Ramón1 por la acogida que nos ha dado en su iglesia. Y también al Consejo de Iglesias de Cuba, que promueve este encuentro intergeneracional sobre teología cubana. Lo único que siento es la ausencia del comandante Fidel Castro, pero él comprenderá perfectamente los motivos que hacen que estemos aquí. Y además, como estamos en una comunidad acostumbrada al perdón, quiero que me perdonen mi espangués o portuñol.
En verdad yo había pensado hacer una reflexión teológica basada sobre tres puntos. El primero es que si nosotros los cristianos, y sobre todo nuestras iglesias, somos portadores del mensaje de Jesús, entonces la pregunta sería quién es Jesús para nosotros. Porque una de las trampas que hay en la teología, y sobre todo en la predicación pastoral, es la abstracción del lenguaje. Por ejemplo, yo como cura en Brasil, en una zona de latifundistas y campesinos, llego a una misa de domingo y afirmo: “Hermanos y hermanas, tenemos que amar a Dios y al prójimo”. Todos están de acuerdo, no hay nadie que se oponga, ni los latifundistas ni los campesinos. Pero si el próximo do-mingo afirmo: “Y amar al prójimo es hacer justicia a estos campesinos pobres”, empieza el lío. Seguro que un latifundista va a ir a decirme después: “Mire, padre, yo soy más pobre de espíritu que ellos”, y va a utilizar otros eufemismos. Pero si el tercer domingo afirmo: “Amar al prójimo es crear condiciones para la liberación de estos campesinos y la erradicación de las diferencias de clases”, ya me crucifico.
La primera pregunta, entonces, cuando hablamos de Jesús, es de quién estamos hablando, porque podemos tener en la cabeza un Jesús muy abstracto. Yo puedo mirar a una persona, a Raúl Suárez, por ejemplo, y lo veo baji-to, moreno, simpático, y hacer una serie de deducciones sobre él en mi imaginación. ¿Será la mejor manera de conocer a Raúl Suárez? Seguramente no. ¿Cuál es la mejor manera? Hablar con él y preguntarle cómo es su vida, su historia, su pensamiento, su práctica. De esta manera sí voy a tener un conocimiento de Raúl muy distinto de las impresiones subjetivas que puedo tener de él. Entonces, hay que tratar primero de saber quién es Jesús desde lo que Jesús dice de sí mismo. Como prólogo a mi reflexión voy a tomar lo que Jesús dice de sí mismo.
Todos estos pasajes ustedes los conocen muy bien, pero siempre es bueno recordarlos. En el capítulo 25 de Mateo leemos lo que Jesús dijo de sí mismo, y no lo que nosotros creemos de él. ¿Y cuáles fueron sus palabras?
Venid, benditos de mi padre, heredad el reino pre-parado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que cuanto le hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
En otras palabras, si queremos saber quién es Jesús, tenemos que mirar a los pobres. Jesús se identifica con los excluidos, con los marginados; de ahí que liberar a los pobres es liberar a Jesús. No hay posibilidad de conocer a Jesús si no es conociendo a los pobres. Entonces, como prólogo a esta intervención, tomo este pasaje. Es curioso, pero cuando yo, cristiano, creyente, estaba rodeado en la cárcel por comunistas ateos, muchas veces les decía: mi-ren, yo estoy seguro de que ustedes van todos al cielo, porque en Mateo 25 dice que fueron los justos, no los cris- tianos, no los creyentes, los que le respondieron al Señor. Y hay mucha gente que no es creyente, pero es justa, y todo el que sirve a los pobres sirve a Jesús, a Dios. Hay mucha gente que cree en Dios, que piensa que sirve a Dios, pero está de espaldas a los pobres. Esa gente está equivocada.
De los tres puntos que tengo, el primero es que, desde mi punto de vista, la Iglesia jamás debe sacralizar un ré-gimen político, sea capitalista o socialista. ¿Por qué? Porque cada vez que la Iglesia ha sacralizado un régimen político o identificado la perennidad de la propuesta del Evangelio con la temporalidad de una propuesta política, ha comprometido su misión.
Otro cuento de la cárcel. Nosotros, el pequeño grupo de cristianos que estaba allí, les decíamos a otros compañeros: miren, el problema es que cuando lleguemos a la so-ciedad comunista, todavía nosotros, los cristianos, ten- dremos el deber evangélico de seguir luchando para ir más adelante. ¿Y qué quiere decir más adelante? Nuestra propuesta es muy ambiciosa, no porque queramos, sino por la fuerza del Evangelio: es el reino de Dios en la tierra, o sea, la culminación de la historia como rescate del mensaje inicial de la Biblia. Recordemos que en las primeras páginas de la Biblia se dice que Dios nos ha creado para vivir en un paraíso, en un jardín. ¿Hay cosa mejor que un jardín con lagunas, flores, pájaros, árboles, un clima suave? Esa es la imagen de la Biblia: hemos sido creados para vivir en un jardín. Pero con nuestro egoísmo y nuestras ambiciones hemos frustrado este proyecto de Dios en la historia humana.
Entonces, nos toca a nosotros recuperarlo, porque cuando Jesús habla del Reino de Dios no habla de algo que está arriba, sino de algo que está adelante. Los cristianos hemos verticalizado la culminación de la historia huma-na; o dicho de otra manera: ¿por qué fue asesinado Jesús?, ¿por qué sufrió Jesús la pena capital en el imperio romano? Cuando me preguntan: ¿Betto, usted no cree que se mete demasiado en política?, yo respondo: mira, yo soy cristiano, soy discípulo de un prisionero político. Jesús no murió en su cama, no murió por ningún choque de camellos en una esquina de Jerusalén. Murió en conflicto con los poderes de su época; entonces, por exigencia evangélica, tengo que luchar por la justicia y seguir el camino de Jesús. El compromiso de luchar por la vida de los po-bres es el centro del mensaje de Jesús.
Primer punto entonces: la Iglesia no puede y no debe sacralizar ningún régimen político, y pobre del régimen político que necesita de la sacralización de una iglesia. Miren a Franco en España, a Salazar en Portugal, a la dic-tadura en Argentina. Los dos juntos, iglesia y régimen, se van a un hueco negro. ¿Por qué? Porque un régimen que necesita de una sacralización de su actuación política es muy débil.
Tomemos como referencia el capítulo 6 de Marcos, a partir del versículo 30: “Entonces los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado”. Marcos no cuenta lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Es como si uno regresara de noche a su comunidad, y a la pregunta de cómo fue la charla de Frei Betto se respondiera “buena” o “mala”, y punto. La verdad es que en ningún momento en el Evangelio se habla de ideas; se habla siempre a partir de hechos. Marcos describe hechos: Jesús ha ido con sus discípulos a un lugar donde se le unió gente que venía de las ciudades.
Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas. Cuando ya era muy avanzada la hora, sus dis-cípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desier- to, y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer.
Jesús había predicado palabras espirituales, alimento para el espíritu, para el alma, pero la gente tenía hambre. ¿Y cuál era la actitud de los discípulos? Les hemos dado alimento espiritual, pero ahora tienen hambre; despídelos, porque el hambre del pueblo no es un problema de la Iglesia. ¿Y cuál fue la reacción de Jesús? “Dadles vosotros de comer”. Ustedes están equivocados; no hay en mi mensaje una división entre cuerpo y espíritu. En Jesús no hay dualismos platónicos. El problema del hambre del pueblo es un problema nuestro también. “Ellos le dijeron: ¿que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?” Esa es una solución socialdemócrata: tenemos que hacer dinero para después compartirlo. Y como el dinero nunca es suficiente, la gente sigue muriendo de hambre en muchos países. En Cuba no, porque este país no tiene dinero, pero el poco alimento que tiene lo comparte con todos, y no hay gente que muere de hambre. Pero la concepción socialdemócrata de los discípulos les hizo decir: ¡comprar pan para toda esta gente va a costar dinero! Hicieron un cálculo en la maquinita y llegaron a la conclusión de que necesitaban doscientos denarios de plata para dar de comer a todos. ¿Y cuál fue la reacción de Jesús? Les preguntó: “¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo”. Yo no estoy preguntando cuánto dinero o bienes tienen ustedes, eso qué importa.
En el mundo hay hoy seis mil doscientos millones de personas. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hay comida para el doble de la población mundial, lo cual significa que no hay exceso de bocas ni falta de comida. Hay falta de justicia. Y cuando el presidente Lula propone el combate contra el hambre como prioridad en Brasil y el mundo, está poniendo en el centro del debate algo muy interesante. Hay cinco factores de muerte precoz en nuestros días: las enfermedades (como el SIDA y el cáncer), los accidentes de trabajo y de tránsito, el terrorismo, la guerra y el hambre. Las víctimas de los cuatro primeros factores no llegan ni a la mitad de las víctimas del hambre. Pero en todo el mundo hay movilizaciones –justas y necesarias, no estoy en desacuerdo– contra el SIDA, contra los accidentes de trabajo y del tránsito, contra el terrorismo, y muy pocas contra el hambre. ¿Y por qué, si el hambre es el principal factor de muerte precoz? Según la FAO son veinticuatro mil cada día, mil por hora, los que mueren de hambre. Y cada año, cinco millones de niños menores de cinco años. No se trata de un derecho humano, sino de un derecho animal: tener un poco de bebida, un poco de comida es un derecho animal. A veces en Europa me preguntan: ¿cuál es la lucha en Brasil por los derechos humanos? Y yo digo: los derechos humanos son un lujo, todavía seguimos luchando por derechos animales: que la gente pueda alimentar y educar a sus hijos, abrigarse del frío o del calor. Esos son derechos animales que una tercera parte de la población de mi país no tiene garantizados.
La única explicación que he encontrado para explicar por qué hay poca movilización contra el hambre es una respuesta cínica: porque de los cinco factores es el único que está asociado a las clases sociales. Solamente los mi-serables mueren de hambre. Es como si nosotros, los bien alimentados, dijéramos: mira, yo me puedo morir de SIDA, de guerra, de terrorismo; ahora, esto del hambre no es con-migo; son los miserables los que mueren de hambre, y yo no lo soy. Es la única respuesta que tengo para explicar por qué hay tan poca movilización contra el hambre.
Jesús no les preguntó a los discípulos cuánto dinero te-nían, sino cuántos bienes. Y respondieron los discípulos: cinco panes y dos peces. Recordemos esta aritmética: cinco + dos. Entonces Jesús les pidió que recostaran a todos, por grupos, sobre la hierba verde. Aclaro que este Nuevo Testamento no ha sido impreso en los talleres de la teología de la liberación, sino que se encuentra en cualquier Biblia, en Marcos 6, a partir del versículo 30. Para que el pueblo encontrara la solución a sus problemas, Jesús trató de organizarlo. Les mandó a los discípulos que hicieran recostar a todos por grupos sobre la hierba verde, de cien en cien, y de cincuenta en cincuenta: organización popular para enfrentar el problema del hambre.
Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen de-lante; y repartió los dos peces entre todos. Y comieron todos, y se saciaron. Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces. Y los que comieron eran cinco mil hombres.
Aquí entre nosotros, entre amigos, debo decir que eran más o menos doce mil personas, porque Marcos era un poquito machista, y no contó a las mujeres y los niños, si-no solamente a los hombres.
Después de la cena quedaron doce canastas llenas de restos de panes y de peces. ¿Qué hacían esas canastas allí? Pudieron quedar más canastas llenas de peces, pero solamente quedaron doce. ¿Qué hacían allí? Hay dos explicaciones. La primera es que en aquel tiempo la gente, preo- cupada por su aspecto físico, tenía la costumbre de llevar canastas vacías en la cabeza para mantener la columna recta. Esa hipótesis es absurda.
La segunda explicación es la siguiente: ¿qué pasa en una plaza donde se reúnen mil, dos mil o tres mil personas? Vienen carritos de helados, de dulces, ¿no es verdad? ¿Y por qué ahí con cinco mil personas no iba a pasar lo mismo? Alguien me puede decir que estoy negando el milagro de la multiplicación de los panes. No, estoy negando la ma-gia: Jesús hacía milagros y no magia. ¿Y cuál es la diferencia? La magia consistiría en que Jesús hubiera tomado cinco panes y dos peces, puesto por encima un pañuelo y dicho: “atención, abracadabra, que de este lado aparezca una panadería, de este una tienda de pescado y hagan co-la”. Eso no fue lo que hizo Jesús.
No hay un solo milagro en los cuatro Evangelios en que Jesús le restituya un miembro a una persona. Los ciegos tenían sus ojos, los sordos sus oídos. Todos sus milagros son de revitalización. Por ejemplo: en la resurrección de Lázaro, Jesús revitaliza su cuerpo. Entonces, ¿por qué, ex-cepcionalmente, en la multiplicación de los panes iba a pasar eso: una multiplicación física de los cinco panes y los dos peces? Y si no fue eso lo que pasó, ¿cuál es el mi-lagro? Pues es el poder de Dios para actuar en nuestros corazones, y cambiar el rumbo natural de las cosas. Ese es el milagro: los dueños de los panes y los peces, motivados por Jesús, compartieron sus bienes. Ese el sentido de la eucaristía: compartir los bienes. Por esta razón, desde el punto de vista teológico, la sociedad socialista es mucho más eucarística que la capitalista. Todo el fenómeno de la vida es un fenómeno eucarístico. Por ejemplo, en el almuerzo de hoy, comimos vegetales, carne de animal y frijoles que habían muerto, pero que, en cambio, nos dan vida. Necesitamos aspirar el oxígeno que producen las plantas, y les retribuimos con gas carbónico, útil para su alimentación. O sea, vivir es un acto eucarístico, porque demuestra que hay una profunda comunión, que todo lo que exis- te, a la vez, subsiste y coexiste.
Este fue el primero de los tres puntos, y paso al segundo. La Iglesia no necesita sacralizar a ningún régimen po-lítico, porque si ese régimen logra que el pueblo comparta sus bienes para la vida, entonces, a ese régimen, por su pro-pia naturaleza popular, no le hace falta la sacralización pa-ra legitimarse. Un verdadero régimen popular no necesita de ninguna iglesia para bautizarse. Debemos luchar para que todos los sistemas políticos tengan legitimidad popular. Los gobiernos capitalistas usan a las iglesias para engañar al pueblo. El pueblo, que es muy religioso, va a de- cir: yo no puedo criticar a la autoridad, porque, a pesar de que soy pobre, mi obispo bendijo al presidente. En ese ca-so, la Iglesia sacralizó al presidente; disimuló la falta de le-gitimación popular del gobierno. Este es el segundo punto.
Vamos a leer el pasaje de Lucas 18, en el que un hom-bre rico encuentra a Jesús. “Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vi- da eterna?”
Un detalle, antes de continuar la lectura: en los cuatro Evangelios sólo aparecen dos preguntas hechas a Jesús; la primera es esta: ¿qué haré para heredar la vida eterna? Debemos prestarle atención a esta pregunta, porque nunca sale de la boca de un pobre, sino de la boca de alguien que tiene garantizada la vida terrenal, y que quiere saber cómo invertir en la celestial. Es la interrogante de Raquel, Nicodemo, el doctor de la ley en el Buen Samaritano. Nun-ca un pobre le pregunta a Jesús esas cosas. La segunda pregunta, precisamente, es la de los desposeídos: Señor, ¿qué debo hacer para tener vida en esta vida? Mi hija enfermó y quiero verla sana; mi mano está seca y necesito trabajar; mis ojos están ciegos y quiero mirar. Los pobres le piden a Jesús vida en esta vida, y la actitud de Jesús es muy distinta cuando se trata de la pregunta de los ricos o de la pregunta de los pobres. Cada vez que escucha la pregunta de boca de un rico se irrita, y cada vez que escucha la pregunta en los pobres, con misericordia se acoge a ellos.
Entonces el rico preguntó. A Jesús no le gustó la manera en que fue saludado: Maestro bueno… Y respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino só-lo Dios [como diciendo: no vengas con adulaciones, porque eso no te va a servir de mucho]. Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre”.
En la catequesis de mi iglesia me enseñaron que son diez mandamientos. ¿En la de ustedes también? Entonces, ahora voy a repetir la lista de Jesús, y ustedes, por favor, cuenten con los dedos: no adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu ma- dre. Son cinco, ¿no? Eso es una prueba cabal de que Jesús no hizo una buena catequesis, porque si la hubiera hecho, se habría sabido la lista completa. Ay de mí, si en mi catequesis hubiera contestado con esa lista. El cura de mi pa-rroquia me habría expulsado, con la orden de estudiar más y volver la próxima semana.
Ahora bien, hay algo más grave en el hecho de que Je-sús no conociera la lista completa, y es que en su lista no aparece ni un solo mandamiento que exija respeto a Dios; no hay un solo mandamiento que hable de Dios. Yo habría sido reprobado como hereje en mi catequesis de niño, porque, ¿cómo olvidar los mandamientos de Dios, cómo entender que el cristianismo es una religión en la que, si uno sirve al prójimo, incluso al que no tenga fe, sirve al propio Dios?
Hay mucha gente que piensa que sirve a Dios, pero, en realidad, le da la espalda al prójimo. Jesús no necesitaba citar la lista completa, porque le bastaba con tener claros los mandamientos de relación con el prójimo para que la lista estuviese completa. ¿Y cuál fue la reacción de aquel hombre? “Todo esto lo he guardado desde mi juventud.” Lo cual prueba que no era un joven rico, sino una perso-na de más edad. Según lo que el hombre dijo, era un santo, porque, ¿quién de nosotros puede decir que desde su juventud pudo cumplir todos los mandamientos? Yo no puedo. Jesús le respondió: “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.”
La mala suerte del hombre era que Jesús no había nacido en mi provincia en Brasil, donde la gente es conocida por ejercer la tolerancia. Si Jesús hubiera nacido en Minas Gerais, le hubiera dicho al hombre: mire, usted es un santo; quédese con nosotros, y, con el tiempo, mejorará. Pero a pesar de que era un santo, Jesús le dijo que le fal-taba una cosa: el compromiso con los pobres. Es como si Jesús quisiera decir que para hacerse discípulo hay que llegar antes a los pobres. “Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico.” Y se marchó. Jesús no salió corriendo detrás de él, no lo quiso tener de dis-cípulo, porque a pesar de su integridad moral le faltaba servir a los necesitados. Entonces, para terminar el segundo punto, diremos que un régimen político se legitima por su poder popular, y la Iglesia por su servicio al pueblo. Esa es la legitimación de los discípulos de Jesús: son quienes sirven a la justicia para el pueblo.
El tercer punto tiene que ver con la convergencia y la sinergia entre una iglesia y un régimen político, las cuales no se dan por acuerdos, por protocolos, por diálogos, por ceremonias; quizás, por la mediación de un servicio al pueblo. Si una iglesia quiere tener buenas relaciones con un régimen político, sólo debe haber de punto de contacto: el servicio al pueblo. Si el régimen está contra el pueblo, la Iglesia, precisamente por estar en comunión con el pueblo, tiene que estar en contra del régimen. Pero si el régimen está al servicio del pueblo, la Iglesia encontrará al régimen y se identificará con él. Este es un punto clave que está en la parábola del buen samaritano, en Lucas 10.
Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? [Este también ya tenía la vida terrena garantizada.] Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? [Era un teólogo Jesús, era muy experto y devolvió la pregunta: ¿y por qué viene a preguntarme a mí?] Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. [Abstracción total del lenguaje.] Y le dijo: Bien has respondido; haz es-to, y vivirás. [¿Para qué me preguntas? Tú has pasa-do algún curso de teología; tienes la respuesta en la punta de la lengua.] Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: [miren la diferencia de calidad entre la respuesta del doctor de la ley y la respuesta de Jesús, que es una respuesta de la praxis, no es una teoría, no es un enunciado, no es un principio teológico, sino una acción concreta.] Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladro- nes, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano [Jesús toma como ejemplo de verdadera praxis evangélica a un enemigo de los judíos, que lo consideraban hereje total], que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. [Jesús le pregunta al doctor de la ley:] ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. [Interesante que no respondiera que era el samaritano; ¿por qué? El odio que le tenía a los samaritanos era tan grande que pronunciar la palabra “samaritano” era cometer un pecado de la lengua. Tuvo que usar un eufemismo.] Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.
Un escándalo total porque Jesús da como ejemplo de quien cumple la voluntad de Dios a un samaritano. Yo debo añadir algunos puntos, de los cuales Lucas no tenía conciencia, pero yo tengo informaciones privilegiadas. Ustedes han visto que Jesús hizo una dura crítica a dos reli- giosos, primero al sacerdote y después al levita, que era, como yo, un fraile. Según Lucas, Jesús dijo que el sacerdote, a pesar de ver a un hombre desamparado, siguió de largo su camino. Las informaciones que tengo confirman que el sacerdote no era mala gente, que bajaba de Jerusalén con rumbo a Jericó, miró al hombre a la orilla de carretera, tuvo mucha pena de él; pero eran las cinco de la tarde, y tenía una misa a las seis. Por eso no se detuvo, aunque al llegar a la misa dijo: yo he encontrado a un hombre en muy mala situación en la carretera y queremos pe-dir a todos oraciones por ese señor. Es que Lucas no tuvo en cuenta esas informaciones.
Hay algo más grave, y es que quizás Lucas estaba bajo la influencia de la teología de la liberación y no consideró las intenciones del sacerdote, sólo la praxis del samaritano. Miren qué peligrosa es la teología de la liberación, porque el sacerdote, con buenas intenciones, pidió a la comuni-dad que orara por el hombre que había visto en el camino. Incluso supe después que el sacerdote había llamado por teléfono al director del policlínico de Jericó para pedirle que mandase una ambulancia a recoger al hombre en la carretera. Lucas no quiso incluir ninguna de estas informaciones, que yo ahora privilegiadamente les digo. Y eso es muy grave, porque hay que considerar también las intenciones de la gente. Lo mismo pasa con el levita, que hacía el camino al revés; pertenecía a una comunidad religiosa en Jerusalén y tenía sus oraciones a las siete de la tarde. Iba un poco atrasado. De igual modo, cuando llegó a su comunidad, pidió a todos que oraran por el hombre de la carretera, que estaba muy malo y había sido asaltado por ladrones. Todos oraron mucho.
El samaritano actuó de una manera distinta. No conocía al hombre, pero bajó de su caballo. Ese gesto significa conversión. La conversión no es un sentimiento o una emo-ción, sino cambiar el rumbo de la vida, hacerse prójimo de aquellos que más lo necesitan, y que son los oprimidos. Mi vida iba por aquel camino, ahora va por este. Digamos que es una categoría de tránsito y no de sentimientos. Je-sús quiso mostrar ese tercer principio. No importa que un hombre sea sacerdote y que sepa teología; no importa que otro sea muy religioso. Lo importante es la praxis, lo que se hace efectivamente para salvar vidas. El don mayor de Dios es la vida. No es la teología de la liberación ni el Opus Dei ni el Vaticano. ¿Y quién está a favor de la vida? Yo he venido para que todos tengan vida, y vida en plenitud. Esa es la causa de Jesús en el proyecto de Dios en la historia.
Para resumir mis tres puntos:
La Iglesia no puede, no debe, sacralizar ningún régimen político.
Un régimen político se legitima por su accionar popular; no necesita de la Iglesia. Si la necesita es porque no va bien, algo pasa que no va bien.
La convergencia entre la Iglesia, una comunidad religiosa y el gobierno se da por el servicio al pueblo y su liberación.
A la luz de estos principios debemos preguntarnos: ¿qué significan los derechos humanos? Los derechos humanos son preservar el don mayor de Dios, que es la vida para todos. Eso significan los derechos humanos. En el caso de Cuba, vemos un país que defiende los derechos humanos de una manera que, lamentablemente, ningún otro país de América Latina pone en práctica. Aquí se es-tableció un régimen político que no favorece a una pequeña minoría de la sociedad a partir del sufrimiento de la mayoría. Un régimen político que trata de cuidar la vida. No importa que este régimen se diga ateo, no creyente, eso no tiene ninguna importancia. Importa la praxis, como en el caso del samaritano, que no importaba que no fuera judío, sino que tuviera el gesto de cuidar la vida de un hombre. Es curioso que Jesús no hiciera en ningún momento una crítica a los ladrones que lo asaltaron, posiblemente desempleados de la época que trataban de robar para mantenerse, y que al ver que el hombre no traía dinero, decepcionados, le entraron a palos. En Brasil pasa mucho eso.
Para terminar, me gustaría agregar algo más. Ustedes saben que en estos momentos vivimos el proceso de elección de un nuevo Papa. Quizás ustedes no sepan que yo soy candidato a Papa, y no es una broma. Según el derecho canónico, todo hombre bautizado por la Iglesia ca-tólica es virtualmente candidato a Papa. No necesita ser sacerdote, incluso ni siquiera soltero; sólo necesita que la familia esté de acuerdo con que se vaya de la casa. El pa-pado no es una orden eclesiástica, sino un servicio al conjunto de la comunidad católica; por eso hay dos títulos para el papado: uno, tomado del imperio romano, que es el de Sumo Pontífice, y otro que lamentablemente es menos conocido, pero más evangélico, que es el de Siervo de los Siervos de Dios.
Entonces, yo soy candidato a Papa, y si por casualidad fuera elegido, el primer cambio que haría sería el de tratar de cambiar la cruz, el símbolo principal de nuestra confesionalidad, por el pan. La cruz es un símbolo de muerte y el pan es un símbolo de vida. En ningún lugar de los Evangelios Jesús resalta la cruz como algo positivo. Sin embargo, dijo: Yo soy el pan de la vida. Jesús compartió los panes con la multitud, y después de la resurrección preguntó si había algo de comer, lo que prueba que la muerte debe dar un hambre terrible. Quizás por eso los indígenas de Brasil entierran a sus muertos con bastante comida. En el pasaje de Emaús, los discípulos reconocen a Jesús cuando comparten el pan, porque compartir el pan es com-partir a Dios. Nosotros, los cristianos, deberíamos ponernos de rodillas cada vez que entramos a una panadería, porque ahí está el símbolo de nuestro Dios. Además, el pan es el único alimento universal que se come todos los días sin aburrir.
Quería compartir con ustedes estas reflexiones, porque creo que tenemos una labor teológica muy importante para ayudar a comprender mejor el papel de nuestras comunidades y nuestras iglesias en medio de los cambios que se dan hoy en el mundo y en la América Latina. Ser iglesia en un país como Brasil, como El Salvador, como Guatemala, es distinto a ser iglesia en Cuba, porque en esos países el pueblo todavía no tiene garantizado, ni estructurado políticamente, el derecho a la vida. Si bien en Brasil se han dado pasos muy importantes con Lula, los problemas nuestros son tan grandes que no se van a resolver en cuatro años. Y en este país, después de cuarenta años, se ha logrado garantizar la vida a todos, o sea, aquí se comparte el pan. No significa esto que nuestras iglesias tengan que sacralizar el sistema político de Cuba. Más bien, lo fundamental e importante es que las iglesias se pongan al servicio del pueblo cubano para que la gente tenga vida, y vida plena. Si la Revolución va en esa dirección, la Revolución va en la dirección de Jesús. La Revolución ayuda a construir en la historia el Reino de Dios.
Y termino con esta pregunta: ¿por qué Jesús fue asesinado en la cruz? Porque predicó un Reino de Dios en el reino del César. Hoy nos debe sonar subversivo, y es que el César era sacralizado como divino; tenía un título de “hijo de Dios” pero vino Jesús y dijo: No, no es hijo de Dios.
Notas
1—Juan Ramón de la Paz, deán de la Catedral Episcopal Santísima Trinidad.